Por: Stefano De Marzo / 13.11.2019

La alta demanda por la criptomoneda prueba la infinita capacidad del ser humano para crear burbujas financieras.

Cada cierto tiempo se vuelve popular invertir en una nueva promesa de rentabilidad. Esta vez la nueva fiebre del oro son las criptomonedas. De ellas, la más popular es el bitcoin. Para decirlo de manera simple, el bitcoin es una moneda digital. No existe en físico. Está hecha para ser intercambiada a través de internet, para comprar o vender vía web, siempre y cuando las personas o empresas la acepten.

No está respaldada por ningún Gobierno o banco central. Esto es importante porque uno de los discursos evangelizadores más importantes de la criptomoneda es que no se puede confiar en las divisas emitidas por estados. 'El bitcoin es la moneda del futuro', señalan sus acólitos. Frases como estas son terreno fértil para que se generen burbujas. Se trata de una fe en el progreso difícil de eludir. Las burbujas se fundamentan en comprar algo con la esperanza de que lo adquirido suba de precio. Pasó en el 2000 con las puntocom, pasó con el mercado inmobiliario en 2008.

Más de uno se ha preguntado si invertir o no en bitcoins. ¿Para qué sirven? Básicamente, para especular sobre el futuro de las monedas en una era digital que puede que nunca llegue. Pero como la economía tiene algo de psicología, de emocional y de perceptiva, siempre hay nuevas promesas a la carta. Nunca faltan. Las predicciones de que en menos de diez años el bitcoin podría valer un millón de dólares es prueba de ello.

El problema no es solo que su origen sea un enigma (fue creada en 2009 por un personaje ficticio llamado Satoshi Nakamoto), lo que es muy extraño. Además, por su complejidad matemática, no es posible conocer la identidad de quienes intercambian las monedas, lo que se presta para lavado de dinero, actividades ilícitas y corrupción. El augurio no es prometedor porque su precio no se ha incrementado porque su uso se haya extendido, sino por la demanda de una especulativa prosperidad futura. Es decir, el bitcoin se asienta en una promesa gaseosa: una burbuja de monedas digitales.

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