Por: Rebeca Vaisman / Fotos: Musuk Nolte

Christian Vieljeux y Sandra Masías han hecho de este fundo en Azpitia una estancia para el descanso y para disfrutar de lo mejor del campo. Y aún más: un lugar donde echar raíces.

El sueño de la tierra

Con un sombrero para protegerse del sol y alpargatas de tela que se acomodan a la calidez de la tierra, Christian nos guía a través de los cultivos. Los olivos, primero: casi tres mil árboles que producen entre tres y cuatro mil litros de aceite de oliva al año. Son sus engreídos, intocables. Desde el punto más alto de la hacienda Huerequeque se revela la riqueza de San Vicente de Azpitia y del valle del río Mala: diez hectáreas de paltos que producen 150 mil kilos al año; frutales donde crecen mandarinas (otro de los cultivos principales), y también toronjas, higos, chirimoyas, lúcumas, nísperos y más. En el camino de regreso, Christian aprovecha para recoger manzanas. Son pequeñas, verdes; toma todas las que caben entre las manos. Al llegar a la casa, las deja en una cuenca junto con otras frutas. El almuerzo empezó a prepararse temprano. La cocina es el corazón de Huerequeque y los productos que ocupan la mesa y la llenan de color han crecido, en su gran mayoría, en el huerto propio. Sandra entra y sale de la estancia, poniendo cierto orden a su paso. En la cancha de polo, el partido ha terminado. El fuego ya va a prenderse. Los invitados irán llegando. Es un sábado típico en Huerequeque.

'Para mí esto se convirtió en un punto de llegada', explica el francés Christian Vieljeux, director de Andean Explorer (que tiene los hoteles Titilaka en Puno y Atemporal en Lima, y próximamente en Arequipa). Después de muchos años viajando y trabajando en Europa, Asia y África, llegó al Perú en 1995 donde se casó y tuvo dos hijos. Aunque años después se divorció, sintió que 'necesitaba un lugar para asentarme y quería que mis hijos conozcan la naturaleza'. Christian siempre había vivido cerca del campo: ya sea en Marsella, Londres o París, ciudades donde estuvo largo tiempo, era extraño no pasar un fin de semana fuera de la ciudad, en el campo o en viñedos. Su abuelo había sido un importante empresario agrícola y esa actividad siempre fue parte del estilo de vida de su familia. 'Para mí era normal hablar de producción, de cacería y de otras actividades relacionadas con la vida de campo europea', explica Vieljeux. 'Cuando llegué al Perú y decidí quedarme, sabía que necesitaba un lugar donde me sintiera bien y en paz'.

Ese lugar no podía ser un condominio que traslade paradigmas urbanos, sino una casa de códigos simples que permita a su familia habitar la naturaleza todo el año. Así que la construyó paso a paso.

El sueño de la tierra

La tierra prometida

El huerequeque es una pequeña ave de plumaje color tierra que se encuentra a lo largo de toda la costa peruana, incluido el valle de Mala, que transcurre al pie del mar. Cuando Christian llegó a las 35 hectáreas que conforman su propiedad, descubrió que esta especie sería la primera visitante asidua; así que nombró la hacienda en su honor.

Descubrió muchas cosas más. Los sistemas de riego locales, por ejemplo, y se apasionó con 'la idea de transformar un lugar desértico en un oasis'. Ese afán derivó en un fundo grande en Ica y en su primer negocio agrícola en el país. Pero también hizo crecer Huerequeque. Así la hacienda actualmente exporta palta y mandarina, y produce su propio aceite de oliva que vende a clientes como la cadena de hoteles Inkaterra, el Lima Marina Club y restaurantes como Siete y Trattoria di Mambrino. 'Es un producto bonito que tiene que ver con mi niñez en el sur de Francia, donde hay mucho olivo', recuerda Christian, quien va a Azpitia un par de veces durante la semana exclusivamente para revisar temas de producción.

Descubrió también otra pasión que es, en realidad, una relación de nobleza y amistad: el caballo. Lo primero que se levantó en la hacienda fueron las caballerizas y el cuarto de montura; la casa fue apareciendo a partir de las necesidades: un baño, un escritorio, luego un dormitorio, y así. Jugó polo durante siete u ocho años y le contagió ese entusiasmo a Rodrigo, su hijo mayor, que ahora integra el equipo nacional de polo, y también a su segundo hijo, Kalil. En la cancha reglamentaria de Huerequeque se organizan partidos privados entre amigos, y sus hijos entrenan con otros jóvenes seleccionados, como Conrado Puigrefagut, y Lorenzo e Ignacio Masías.

En esta casa conviven objetos que le han seguido de todas partes del mundo. Los tajines (ollas marroquíes), la colección de cuchillos artesanales con mangos de piedra, hueso y madera, y las fotografías familiares del siglo XIX que se encuentran con antiguedades, artesanías, y obras de artistas como Martín Chambi, Rufino Tamayo y José Sabogal. 'Aquí está toda mi vida', asegura Christian.

Proyecto de vida

'Su casa es muy personal y no se puede decorar. Yo solo ayudé un poco a resaltar la personalidad que ya tenía', explica Sandra Masías, a quien la casa debe detalles, como las cortinas hechas de sábanas y de ponchos, o los objetos de cocina expuestos a la vista. 'Solo puse en valor lo que ya existía', asegura.

Sandra y Christian están juntos desde que él la convocó para colaborar con un proyecto que lo llena de entusiasmo: convertir la hacienda en un paraíso compartido, vendiendo algunos lotes a amigos y conocidos que quieran llevar el mismo estilo de vida y mantener la productividad de la tierra. Sandra podía aportar al proyecto sus diez años como paisajista y su experiencia de casi dos décadas como gerente de Producto y Desarrollo de Inkaterra. Es ella quien diseña la experiencia de cada hotel. Fue natural que Christian la quisiera en el proyecto y, de alguna manera, también fue natural que se encontraran más allá de este.

Sandra nació en la hacienda paterna en Áncash. Su familia estuvo ligada siempre a la agricultura y a los caballos, y a lo largo de su vida ha disfrutado mucho del aire libre. 'Por eso me fue tan fácil trabajar como paisajista, me parece un trabajo muy noble', explica. Y por eso su vinculación con una cadena de hoteles y lodges que están ubicados, en su mayoría, en lugares donde la naturaleza es lo primordial. 'Encontrar un balance perfecto entre la vida urbana y la de campo es lo ideal, ese balance es una buena fórmula de vida', piensa Sandra. Y lo aplica.

Si Christian se deja llevar por el entusiasmo ante la variedad de plantas que crecen gracias al clima templado de Azpitia, Sandra aporta la racionalidad de quien sabe qué especie nativa consume menos agua y qué árboles no deben ir juntos. 'El paisaje natural es perfecto tal como es', dice ella sobre el escenario privilegiado de Huerequeque. Es aquí donde reciben a amigos los fines de semana, con almuerzos largos que se combinan con baños en la piscina de piedra; es aquí donde se despiertan tempranísimo para disfrutar el amanecer y salir a correr por los cerros, y también donde pueden quedarse en la cama hasta el mediodía.

Ambos han encontrado el refugio perfecto, una porción de tierra que parece haber sido diseñada a la medida de sus hábitos, sus pasiones y sus historias familiares. ¿Por qué compartirlo? Tener una chacra tan grande se volvió muy difícil de manejar por la demanda de la producción y la cantidad de mano de obra que requería. Vieljeux entendió que compartir la hacienda era la manera de preservar su estilo de vida.

De las 35 hectáreas que componen la hacienda ha separado algunas parcelas de 2 mil mÇ a 3 mil mÇ, y otras de 6 mil mÇ y 9 mil mÇ. Además de las extensas porciones de tierra que corresponden a cada propietario, en la hacienda se comparten la cancha de polo, una cancha de tenis, los dos huertos, las caballerizas e instalaciones ecuestres y un Polotambo a manera de espacio central. Para el master plan se convocó al estudio de arquitectura Vicca Verde, reconocido por explorar la sostenibilidad y el respeto por el entorno. La arquitectura propuesta no sigue la lógica de un condominio ni impone una sola tipología de casa. Pero el proyecto sí plantea parámetros de construcción, de densidad y de paisajismo. Hay varios terrenos vendidos, y a Christian y Sandra les hace ilusión la posibilidad de vivir rodeados de amigos.

Y así como fue su punto de llegada, hoy la hacienda en Azpitia es el lugar de partida para Vieljeux. 'Ese lugar donde encuentro la energía para preparar un nuevo proyecto o un viaje', dice. El hogar al que siempre podrá volver.

El sueño de la tierra

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