Por: Rebeca Vaisman / 30.09.2024



La arquitecta Augusta Pastor y el artista plástico Santiago Roose
conforman el estudio de diseño y paisajismo Allá. Esta pareja creativa
habita una casa centenaria a la que han dado nueva vida.





Estaban buscando un espacio propio cuando vieron un post en redes: alguien había compartido, muy al paso, una foto del letrero en la fachada con un “qué suerte quien la compre”. Augusta Pastor y Santiago Roose fueron a ver la casa al día siguiente. Se enamoraron de la residencia centenaria, escondida en una quinta miraflorina. Eso sí: estaba en mal estado y no tenía ni siquiera agua caliente; iba a necesitar mucho trabajo. Así que la pareja no solo compró una casa: compró un proyecto.


“Lo positivo de eso es que, a diferencia de otras casas de la quinta, había sido menos tocada”, recuerda Augusta. “A lo largo de sus 101 años prácticamente no ha tenido remodelaciones”. Antes de mudarse en el 2020, la pareja hizo algunas intervenciones necesarias. La cocina se agrandó al prescindir de la habitación de servicio y robar una pequeña porción del patio; los baños se rehicieron por completo. También realizaron un trabajo de restauración con el que se rescataron elementos como los pisos, las escaleras y la baranda. “Es un proceso, como todo: nosotros vamos necesitando cosas, la casa misma pide cosas, es así”, dice la arquitecta. Lo último que han hecho, recientemente, es pintar las escaleras de celeste.




“Al ir conociendo más esta casa e ir teniendo más madurez arquitectónica, me ha empezado a gustar la penumbra.
No sé si es una influencia japonesa o danesa, pero hay aquí un elogio a la sombra”, dice Augusta.




“En los jardines de la casa apuntamos a un naturalismo limeño, muy propio de clima templado y con especies
que no consumen mucho tiempo ni agua”, explica Santiago.



El comedor podría entenderse como un recuerdo de la primera colaboración entre Augusta y Santiago. Proviene del espacio en Casacor 2019 que Augusta diseñó junto con Macarena Belaúnde, y en el que Santiago se involucró: él armó la pared de paja epítome de la propuesta e hizo a mano una mesa que es la primera versión del mueble de cemento que ahora tienen en su casa. Durante la pandemia, la pareja estudió paisajismo juntos y, luego de eso, fundar un estudio de diseño se les hizo natural. Así nació Allá. “Su visión es más macro y la mía, más del detalle”, asegura Augusta. “Nos encontramos en el medio, que es donde ocurre la magia”. El lenguaje arquitectónico de Santiago ha sido siempre parte de su práctica artística. “En cierto modo, mi trabajo como creativo recorre las disciplinas de manera transversal”, reflexiona él. “Creo que hay arte en la arquitectura y en el paisajismo, así como hay diseño en el arte”.





Cuando recién empezaron a definir el interiorismo, Augusta pasaba por “una obsesión” –como dice– con el blanco y por entender su relación con la luz. Hizo muchas pruebas, usó más de diez tipos de blanco en la casa, donde pintó hasta el piso con uno de esos tonos. “Con los años, nos dimos cuenta de que es un despropósito, porque cuando hay que repintar no te acuerdas qué tono de blanco es”, se ríe Augusta. Más allá del tema funcional, el color se convirtió en una búsqueda profesional para la arquitecta. Y su casa lo empezó a reflejar.





El patio y el pequeño jardín de la fachada también han ido evolucionando de acuerdo con sus ideas y aprendizajes. “Nos cuesta definir ambos espacios como diseños terminados, porque si bien aplicamos criterios profesionales, el jardín de un jardinero siempre es un laboratorio y un vivero”, dice Santiago. “Lo claro es que vemos nuestros jardines proyectados en el futuro”. Tanto en su estudio como en su vida personal, creen en “una evolución continua”, vinculada a la naturaleza y al contexto de quien habita. “Adentro ocupamos lo justo, sin aspavientos, con ciertos detalles que resaltan en un equilibrio de color, forma y materiales. En el exterior hacemos lo opuesto: ocupamos todo aquello que sabemos que puede ser cuidado con facilidad”, detalla Santiago, aunque sabe que la forma como diseñan hoy no será la misma, necesariamente, mañana.


Sobre la mesa cerca de Augusta hay un libro: La casa como jardín, de Xavier Monteys. No es un libro sobre paisajismo, sino una invitación a ver la casa como un ente vivo y en evolución –como un jardín, justamente–; un proceso, no un objeto. “Porque siempre está cambiando y siempre hay cosas que tienes que podar”, reflexiona Augusta. “Porque los chicos crecen y las circunstancias cambian. He aprendido a convivir con la idea de que toda casa está inacabada. Antes esa noción me pesaba y hoy me atrae”.









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