La constante exposición a vidas perfectas en las redes sociales está generando una cultura
de expectativas irreales que puede distorsionar nuestra percepción de la realidad y fomentar
una búsqueda interminable de una felicidad inalcanzable.
En el último año, ha surgido una ola de influencers que promueve una tendencia de wellness altamente idealizada. La mejor salud, nutrición,
relación de pareja o, incluso, crianza se muestran como fáciles de alcanzar siguiendo ciertos “trucos” revelados en cortos tiktoks o reels,
por creadores de contenido como Nara Smith, RoRo y Emily Mariko.
Algunas de estas figuras, conocidas como “trad-wives”, incluso han sido criticadas por promover un regreso a roles tradicionales de esposas.
Las redes sociales, muchas veces, presentan una versión idealizada de la vida: cuerpos perfectos, familias ejemplares y un éxito que parece estar al alcance de unos pocos. Esta constante exposición a vidas “perfectas” puede terminar siendo la principal fuente de frustración de quienes las persiguen. En la era digital, estamos rodeados de una avalancha de información. Encontramos el internet lleno de “recetas mágicas” para la felicidad: consejos simplistas, cambios rápidos y meditaciones que prometen soluciones instantáneas a problemas complejos. Estos consejos provienen de “expertos” que a menudo tienen solo unas pocas certificaciones online (o ninguna), y que pueden ofrecer soluciones genéricas para problemas profundamente arraigados.
Aquí surgen algunas preguntas cruciales: ¿qué consumimos diariamente a través de los medios de comunicación y las redes sociales? ¿Estamos tan inmersos en el mundo online que nuestras expectativas y metas están condicionadas por una realidad editada y filtrada? El discurso predominante en estas plataformas tiende a promover una actitud positiva frente a los problemas de salud mental; una solución tan superficial e irreal, comparable con decirle a una persona con una pierna fracturada que solo ponga de su parte y camine, o a alguien con hipertensión que controle su presión con una actitud positiva y técnicas de respiración, sin recibir un tratamiento médico adecuado. Lo que hace feliz a una persona puede ser irrelevante o, incluso, resultar contraproducente para otra. Los consejos generalizados sin conocer la realidad específica de cada individuo pueden convertirse en críticas frente a su realidad y generar más angustia, tristeza y complicaciones a largo plazo.
Esta constante exposición es especialmente peligrosa para los jóvenes, entre quienes puede aumentar la tasa de suicidio –es importante notar que setiembre es el mes de la prevención del suicidio–. Para ellos, la vida online se convierte en una fantasía para competir por likes y aumentar una felicidad virtual, mientras que la vida offline, que conlleva retos y emociones reales, queda en segundo plano. La responsabilidad no solo recae en quienes crean contenido, sino también en quienes lo consumimos. Es esencial que reflexionemos sobre nuestras propias metas y valores: el verdadero éxito radica en disfrutar de los propósitos que nos marcamos y en superarnos a nosotros mismos. La inmediatez de los medios digitales y su gratificación instantánea nos están quitando el disfrutar de los procesos, el esfuerzo y la dedicación que conlleva lograr nuestros propios objetivos, aquellos más profundos y menos mostrados.
La “happycracia” es un concepto que puede atraparnos en una búsqueda interminable de una felicidad que, en realidad, bien puede estar al alcance de quienes aprenden a reconocer su propia autenticidad y trabajan alineados a sus objetivos de vida. Esto, sin perder de vista que buscar ayuda profesional para tratar problemas de salud mental es tan válido como pedir atención médica por cualquier tema físico. No hay salud sin salud mental.
