Versátil, adaptable, resiliente. Son cualidades que aplican
tanto para la diseñadora de interiores Jazmín Sarria
como para su Fundo Aranyay, un lugar que se transforma
de acuerdo con los anhelos de sus habitantes.
Desde su concepción, el Fundo Aranyay ha albergado muchos sueños, incluso si han tenido que ir cambiando en el camino. Inicialmente, cuando Jazmín Sarria y su esposo Luis Martín compraron el antiguo fundo agrícola y ganadero en abandono en el valle de Pisco en el 2007, la idea era remodelar la casona existente. El terremoto en agosto del mismo año los obligó a cambiar el concepto y proyectar una vivienda desde cero.
Con la ayuda del arquitecto Luis Risso –conocido por obras emblemáticas, como el restaurante La Rosa Náutica y el hotel La Hacienda–, la familia se dispuso a esbozar un espacio que le permitiera tener una vista panorámica de las dunas pisqueñas. Primero construyeron un búngalo para vivir mientras montaban la casa con la que soñaban. Poco a poco, a ese ambiente le fueron añadiendo habitaciones, una kitchenette funcional, áreas comunes. De pronto, el espacio provisional se convirtió en la casa oficial. Aunque contradecía la idea original y daba la espalda a las dunas, el proyecto continuó creciendo. Con ingenio, cariño y creatividad, fueron buscando soluciones para los retos que se iban presentando.
Inspirados en otros fundos, la idea siempre fue crear un hogar que, además de acoger a los integrantes de la familia –la pareja y sus tres hijos, Mariano, Tomás y Diego–, también pudiera abrazar a toda la extensión de ellos, como amigos y familiares. Una casa que reciba y albergue, espacios que cuenten historias y que creen nuevas memorias. Para ello, conectaron a través de un pasaje una segunda etapa de la casa: cuatro suites espaciosas y acogedoras en donde recibir a sus huéspedes. Hoy ese corredor, pintado de rosa magenta y repleto de plantas, funciona como el ingreso a la propiedad.
La atención a los detalles se aprecia en toda la casa, incluso en espacios tan íntimos como la cocina,
donde los objetos utilitarios conviven con piezas de arte.
Muchos de los detalles que componen el fundo han sido coleccionados a lo largo de la vida de Jazmín,
antigüedades que ha comprado en sus viajes por el mundo o recuerdos familiares que atesora.
Los caballos y los otros animales que crían, además de la jardinería y el biohuerto,
forman parte de su vida de campo y de la experiencia de reconexión con la naturaleza.
Jazmín, una anfitriona nata, se ha dedicado a darle a cada espacio calor y color. Por donde se mire, la casa está llena de detalles, antigüedades y recuerdos que va recolectando de las ciudades por donde viaja. Piezas como los caballitos de porcelana en miniatura que compró en un mercado de Bruselas o las coloridas alfombras tejidas por comunidades nativas cusqueñas adornan sus espacios.
La jardinería es otra de sus grandes pasiones y se nota en cada uno de los ambientes del fundo. Aunque toda su vida recibió información acerca del cuidado de las plantas, fue durante la pandemia, cuando pasó una larga temporada en la casa de campo, que pudo probar con la siembra de nuevas especies —como suculentas, plantas ornamentales y un biohuerto— y crear un proyecto online de jardinería, Jazmín Jardín, donde comparte consejos acerca del tema. También, durante ese periodo, nació en ella un nuevo sueño: compartir este pedazo de campo con otras personas a través de retiros y experiencias de lujo que les permitieran descansar del bullicio y la agitación de la ciudad. Un momento de desconexión e introspección.
En respuesta a esa necesidad, el Fundo Aranyay se encuentra una vez más en movimiento: Jazmín está remodelando la tercera etapa del predio, un espacio con sala de masajes y dos dormitorios adicionales. Un proyecto más para este fundo que continúa creciendo y soñando junto con la historia familiar.
