Anni Albers hizo de la tradición textil una forma moderna de arte. Su gran retrospectiva en el Tate Modern, que va desde el 11 de octubre, es motivo para honrar su historia y su conexión especial con el Perú.
Annelise Elsa Frieda Fleishchmann nació en Berlín en junio de 1899 y creció en una familia adinerada. A sus padres les gustaba su talento por la pintura, pero no estaban completamente de acuerdo con que su hija asistiera a una escuela de arte. Anni se rebeló y en 1922 se inscribió en la escuela de arte de la Bauhaus, que ya estaba revolucionando las formas de aprender y enseñar arte. Sin embargo, y pese a que la academia se jactaba de cumplir con una equidad de género inexistente en la época, se topó con la sorpresa de que las mujeres no podían llevar clases de carpintería, trabajo en vidrio o pintura. De cierto modo, estuvo obligada a llevar un curso para aprender a tejer. Pero hizo de ese requerimiento todo menos una limitación. Experimentó con nuevos materiales y técnicas para jugar con sus manos. Utilizaba líneas rectas y colores sólidos en papel o en lienzos. Jugó mucho con hilo metálico, usó materiales crudos y su creatividad se expandió en el momento de crear estructuras. Creó un tejido insonoro, reflectante y lavable hecho de algodón y celofán, para ser usado en un auditorio musical. Eso hizo del tejido.
En esa misma escuela conoció a Josef Albers, un estudiante de trabajo en vidrio que le llevaba 11 años. Tres años después de conocerse, se casaron en Berlín. Ambos −escritores, pintores y artesanos en sus propias especialidades− son considerados los pioneros del modernismo.
El descubrimiento
En 1933, para alejarse del nazismo, Josef aceptó un trabajo en Estados Unidos como profesor. Una vez allí, la pareja −que compartía una pasión por el arte precolombino− no se resistió a conocer México. En uno de sus viajes, un niño con una cabra se acercó al auto y les preguntó si estaban interesados en comprar el animal. Anni, en cambio, llegó a un acuerdo para comprar la manta que envolvía a la cabra. Esa fue la primera compra de las miles que harían por Latinoamérica, con las que armaron una extensa colección de artesanías que podrá verse, en parte, en la muestra en el Tate Modern.
También viajaron a Argentina y al Perú, lugar que enamoró a Anni. En una entrevista comentó que el trabajo de los artesanos peruanos era como una fantasía infinita. Y en 1965, cuando publicó su libro On Weaving, escribió una dedicatoria especial: 'A mis grandes maestros, los tejedores milenarios del Perú'.
Su interés por la artesanía y la manufactura tradicional latinoamericana se adelantó varias décadas. Sus patrones geométricos hacían evidente la fuerte influencia de sus viajes y su gusto por los materiales orgánicos se incrementó. Anni Albers colaboró con diseñadores y arquitectos, como Florence Knoll y con marcas, como Sunar en el diseño de textiles y mobiliario, y con Alex Reed en la elaboración de joyería hecha a partir de partes de electrodomésticos y elementos como chapas de botellas.
Su sensibilidad sigue siendo un punto de partida para otros artistas y diseñadores, como es el caso de Hugo Boss cuya colección de Invierno 2015 mostró claros rasgos del trabajo de Albers, o el caso de Paul Smith quien además de diseñar prendas para hombres en su colección de Otoño 2015, también trabajó en el 2017, en colaboración con The Rug Company, con la evocación de la mirada de Anni Albers. Aunque ella murió en 1994, su legado, como el de todo buen artista, prevalece más que nunca.