El fenómeno de OnlyFans: ¿una forma de empoderamiento y una manera válida
de generar ingresos o un espacio digital de explotación?
Cuando recibí el encargo de escribir sobre Only- Fans, me sentí en una escena de Sex and the City, encarnando a Carrie Bradshaw, tipeando con gesto pensativo mientras reflexionaba sobre la tecnología, el deseo y la mercantilización del cuerpo en la era digital. Claro que, a diferencia de Carrie, mi columna no está ambientada en una Nueva York llena de Cosmopolitans y Manolo Blahniks, sino en una Lima católica, apostólica y romana. Vivimos en el país de Pantaleón y las visitadoras, pero aún evitamos hablar de sexo de frente.
Nacida en el 2016, pero catapultada a la fama durante la pandemia, la plataforma digital OnlyFans permitió que creadoras (y creadores, pero sobre todo creadoras) monetizaran su contenido sexualmente explícito de manera directa, vendiendo acceso exclusivo a sus seguidores a través de suscripciones que oscilan entre los 5 y los 50 dólares mensuales. Actualmente, la plataforma cuenta con 305 millones de usuarios y más de 4 millones de creadores que capitalizan su cuerpo y carisma. OnlyFans cobra una comisión del 20% a cada uno de ellos. Para muchos, es un sinónimo de empoderamiento femenino, pues permite a muchas mujeres lucrar con su imagen bajo la protección de una pantalla. Pero también ha sido criticada como un sistema de explotación disfrazado de libertad económica.
Su predecesora, Pornhub, lanzada en el 2007, no solo no ha logrado alcanzarla en números, sino que además presenta un modelo de negocio y experiencia de usuario desactualizado. Como investigadora de productos digitales que soy, no puedo analizar estas dos plataformas solo desde el frente cultural; también tengo que entender cómo han fusionado el deseo con la tecnología y, en algunos casos, con la adicción. De hecho, mi investigación me llevó al documental Money Shot: The Pornhub Story en Netflix.
Mientras que Pornhub sigue un modelo gratuito basado en publicidad, crea una experiencia invasiva, llena de pop-ups que refuerzan la sensación de estar en un sitio prohibido desde el primer clic. OnlyFans es una versión premium: la boutique personalizada de la erotización por encargo. Como si, en lugar de ir al cine a ver una película, pudieras pagarle directamente a la actriz para que interprete para ti una escena erótica y personalizada a tus fetiches.
En el 2021, Visa y Mastercard intentaron traer abajo a OnlyFans, amenazando con dejar de procesar pagos en la plataforma bajo el pretexto de combatir el contenido ilegal. La presión fue tal que OnlyFans anunció que prohibiría el contenido sexual explícito, solo para retractarse días después ante la indignación de usuarios y creadoras —¡las estaban dejando sin ‘chamba’!—.
El consenso en los casos de chicas que abrieron una cuenta de OnlyFans, hicieron contenido y, finalmente, decidieron salirse parece ser que,
como sucede con todo el social media, termina invadiendo cada aspecto de tu vida.
El diseño visual de OnlyFans es minimalista y femenino, cercano a lo que fue Twitter antes de Elon Musk. Me sorprendió lo poco sexual de su interfaz. Me sentí limpia, no sucia —no me lo esperé—. Se pueden compartir fotos, videos, audios y textos. Las imágenes de las creadoras, aunque juguetonas, siguen códigos parecidos a los de muchas influencers en Instagram: una estética cuidadosamente calculada para seducir sin parecer obvia. Al final, si la persona quiere encontrar desnudos, los va a encontrar, pensé. Después de todo, no es la plataforma la que crea el vínculo, solamente lo facilita. Tampoco son imágenes que no haya visto antes en internet o en alguna serie reciente de HBO.
Vale la pena notar la experiencia de personas que abrieron una cuenta, hicieron contenido y, finalmente, se salieron. El consenso en esos casos parece ser que, como sucede con todo el social media, termina invadiendo cada aspecto de tu vida. Y es que, cuando alguien se suscribe a una cuenta, tiene la posibilidad de enviarle mensajes privados al creador de contenidos: las respuestas son necesarias para mantener la transacción económica, pero hay una línea algo borrosa en la relación que una creadora de OnlyFans debe establecer con sus seguidores más “intensos”.
Me persigue la idea de que, a pesar de las transformaciones digitales y de que la sexualidad femenina ha encontrado nuevas formas de agencia y lucro, las estructuras sociales de consumo del deseo siguen intactas. Al final, nosotras posamos y ellos pagan. ¿Existe un OnlyFans de hombres para mujeres? No lo sé. Tampoco me quedé a hacer el tour.
Como dice Shakira, las mujeres ya no lloran, las mujeres facturan. A lo largo de la investigación para esta columna, lo que más me sorprendió no fue el debate sobre quiénes están en OnlyFans, sino sobre todos los que estamos fuera. Nadie se quiso entrevistar formalmente conmigo sobre el tema, pero todos querían ganar dinero de ello. “Pásame el dato cuando sepas cómo hacer plata con mis pies”, me comentaron amigos cercanos y lejanos en mis historias de Instagram cuando pregunté si alguien tenía alguna anécdota relacionada con la plataforma.
A veces pensamos que la tecnología funciona de manera automática, pero no es así. Siempre hay un humano detrás, comprometiendo o ejerciendo su libertad. Y ese, quizá, es el verdadero debate: más allá de la moral o la economía, cómo nos relacionamos con el deseo y la tecnología, y qué estamos dispuestos a admitir sobre ambos.
