Por: Vania Dale / 20.02.2020

Frente a la Reserva Nacional de Paracas, se erige este hotel que constituye la alternativa cerca de Lima por excelencia para una escapada romántica.




Pocas cosas hay más prototípicamente hedonistas que nadar a 28 °C –panza arriba y piña colada en mano–, mientras se contempla el vuelo de las aves. Y teniendo el mar siempre a la mano, como pintura de fondo. Así es el panorama habitual del Paracas Resort, cuya ubicación privilegiada y servicio de primera lo convierten en un destino ideal para pasar unos días en pareja.

Un aspecto positivo del hotel es que sus instalaciones son lo suficientemente versátiles para acomodarse a los diferentes gustos y personalidades de los clientes, desde los más aventureros hasta aquellos que andan en busca de completo relax. El resort aprovecha todas las bondades del mar que lo baña –desde la vista hasta su fauna– para ofrecer al visitante una serie de actividades. Así, a partir del muelle privado del recinto se puede zarpar en un barco hacia las islas Ballestas, una parada obligada para todo turista que pisa por primera vez Paracas, pero también se puede optar por experiencias personalizadas y más privadas como aquella llamada Champagne bites, que consiste en dar un paseo en yate por la bahía mientras se toma una copa y se comen algunos piqueos, con la pareja o con los amigos. O por la de recolección y degustación de conchas, otra de las experiencias que han diseñado junto con Venturia, la empresa de turismo que opera en el hotel.



Y aunque al desierto no lo tengan precisamente en frente, también le sacan el jugo: al tradicional paseo por las dunas le dan un giro que lo convierte en un recorrido diferente, tanto porque se realiza a bordo de camionetas 4x4 como porque puede terminar en un pícnic nocturno bajo una carpa en medio del desierto.

Queda claro que además de la garantía de calidad y el lujo que un resort de cinco estrellas supone, hospedarse aquí es también ponerse en contacto con la naturaleza. Y si bien el mar es el protagonista absoluto, los jardines constituyen un atractivo en sí mismo: su diseño, variedad de especies y lo bien cuidados que están revelan la importancia que se le otorga al verde en el hotel. Estos jardines desembocan en la playa, donde a uno lo esperan una cancha de vóley, unas hamacas, unos kayaks, catamaranes y otros implementos para practicar deportes acuáticos exclusivos para huéspedes, como el paddle surf.

De noche, por supuesto, el hotel tiene otro encanto. Pasear por la playa privada, contemplar desde las poltronas en el muelle la fauna marina fluorescente que brinca en el agua – tan calma como la de un lago– bajo la luz blanca de la luna, y escuchar a lo lejos el llamado de algún lobo marino. Acabar la noche –por qué no– en alguna de las dos piscinas temperadas. Ese es el ambiente que se vive en este litoral de lujo.



Encanto marino

La gastronomía es otro de los platos fuertes del recinto. El día se inicia con un inmejorable desayuno bufé en el restauranteBallestas; mientras que, para el almuerzo, se puede elegir entre las pastas y pizzas de Trattoria, la propuesta de comida peruana contemporánea de Ballestas y el concepto sostenible de La Chalana, un acogedor restaurante ubicado sobre el muelle del hotel que ofrece una carta pequeña basada en platos marinos elaborados con productos de pescadores y agricultores locales. En Chalana no solo la comida, sino también la vista grita “frescura”. Un dato a tomar en cuenta: durante los fines de semana de febrero, marzo y abril, este pequeño restaurante recibirá la visita de chefs destacados del panorama gastronómico local, como Rafael Piqueras (Maras), Jorge Muñoz (Astrid & Gastón), José del Castillo (Isolina), Hajime Kasuga (Hanzo), entre otros, quienes, junto con el chef ejecutivo del hotel, Miguel Pulache, ofrecerán lo mejor de su cocina a los afortunados comensales. Cada día un chef distinto tomará el mando e incluso la música estará a cargo de él en esta serie de eventos que han bautizado como Summer Sessions.


De regreso en tierra, se puede empezar la tarde con algún coctel en el lounge del bar con vista al muelle, y luego zambullirse en la piscina y relajarse en los colchones de los cubículos situados alrededor, perfectos para echar una siesta al aire libre sin sufrir las inclemencias del sol. O por recibir un tratamiento en pareja en el spa, el único con circuito termal en la ciudad, que es una celebración del entorno y un oasis de serenidad con vista a la reserva natural.

Si vas con niños, no tienes de qué preocuparte: el hotel cuenta con un área de entretenimiento llamada Explorers Club, que alberga una gran variedad de juegos y en la que, además, se realizan actividades y talleres constantemente. ¿Otro plus? Todas las suites tienen terraza, y vista al mar o al jardín, por lo que lo único que resulta complicado de este hotel es lograr decidir dónde pasar el rato: cada espacio es más cautivador que el otro.

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