Por: Adriana Garavito / fotos Leslie Hosokawa y Alonso de Freyre

Brisa Deneumostier (chef, coach y cofundadora de Mindfulness Perú) encuentra en la simpleza de la naturaleza —a pocos kilómetros de Lima— la calma y el amor que su cuerpo y mente necesitan.

La risa de Brisa Deneumostier es explosiva. Las carcajadas las expulsa desde muy adentro de su cuerpo y eso las hace contagiosas; provoca acompañarla. Ella se ríe de todo: de bromas sencillas, aciertos, errores, de las buenas noticias, y también de algunos recuerdos que, en su momento, no fueron los más lindos de su historia. Como cuando recuerda que unos años después de la muerte de su abuela Bertha, tuvo un paseo por lo que denomina 'el lado oscuro del alma'. Lo dice con una risa nerviosa pero se ríe, al fin y al cabo, pues fue esa etapa lo que la llevó a ser lo que es. 'Es lo que me trajo al lugar en el que estoy', dice. Suena a frase sacada de un libro de autoayuda, pero la tristeza que hizo de las suyas también la motivó a mejorar.

Bertha enfermó cuando Brisa no pasaba de los 10 años; sabe que la condición de su abuela generó un interés en la familia por la alimentación saludable. Ella ya tenía una conexión con la comida, los ingredientes, aromas y sabores: de muy chica andaba por la cocina, observando a su abuela y siendo libre porque no había prohibiciones para probar los platos que aún no estaban listos para la mesa. Obviamente esa es la raíz de su profesión como chef aunque serlo no fue su primera opción.

Llegada la adolescencia, Brisa no sabía adónde ir ni qué hacer. Probó con la fotografía, el arte y el diseño. No se encontraba. Con la partida de Bertha, se había desvanecido cualquier motivación —o eso parecía—. Hasta que llegó a sus manos un libro de budismo que resonó tan fuerte en ella que supo de inmediato el primer paso a tomar: recuperar las ganas de vivir. Empezó a meditar y conectó con el amor desde un punto de vista mucho más profundo. 'Comencé a aceptarme, a amarme, y me di cuenta de que recién cuando uno se encuentra cómodo con su propia piel puede relacionarse de una manera saludable con los demás', confiesa.

Oasis compartido

En la casa de Pachacámac, entre los jazmines que se descuelgan del techo y el aire que es mezcla de cerro y de mar, Brisa está tomando un té de cerezas que su mamá, Marilyn Lizárraga, y su padre, Eduardo, acaban de traer de un viaje a China. Aunque se divorciaron hace años, ellos son socios en Jallpa Nina, tienda de cerámica que fundaron hace 30 años y que Marilyn dirige, y que tiene como clientes a los restaurantes Osaka, Maido, Statera y a diseñadores como Jonathan Adler; el último viaje a Asia ha sido en búsqueda de porcelana e inspiración.

El té es dulce por naturaleza y está caliente para calmar el frío que se siente en Lurín, donde se encuentra la casa-taller Jallpa Nina. Luna, la hija de Brisa, corre de un lado a otro por la terraza del segundo piso, un área social donde están la sala y el comedor. Lleva un ponchito turquesa y una falda de tul que combina. 'Yo también he hecho cerámica', cuenta orgullosa mientras saca de uno de los muebles antiguos de madera, que se encontró en un anticuario en Miraflores, un molde de arcilla con una de sus manos tallada y su nombre bien escrito.

El espacio está repleto de vida: helechos alemanes, suculentas, flores, plantas colgantes, más helechos y hasta el tronco del árbol que atraviesa la casa. Cojines con diseños asháninkas contrastan con otros bordados ayacuchanos, y reposan sobre dos muebles y un par de sillas que Marilyn mandó a traer hace tiempo desde Catacaos. Todas las esculturas y macetas se hicieron aquí, excepto dos jarrones grandes que llegaron desde Chancay.

El terreno lo compraron hace casi 25 años, pero la casa fue transformándose y por eso mantiene un espíritu renovado. La fachada es roja y destaca en la trocha por la que hay que pasar para llegar, y en el techo hay dos toritos de Pucará: aunque no es ciencia cierta, esa podría ser la razón por la que hay tanta armonía y seguridad. El jardín en el primer piso es inmenso. Solía existir una huerta justo en el centro que ahora se va a reubicar. Al lado funciona la tienda Jallpa Nina y detrás de esta, el taller.

No es fácil de creer, pero aquí se crean un poco más de 10 mil piezas al mes. El taller parece de nunca acabar y los techos son altísimos. Las repisas están llenas, los hornos calientes y las manos trabajan al compás de su propio ritmo. Marilyn ama caminar por los pasillos y agarra cada pieza como si fuese la primera que hubiese tocado en su vida. Brisa, por su parte, siente que hablar de cerámica despierta una sensación muy bonita en su madre y en quienes la escuchan.

Deneumostier creció entre el barro y la creatividad. 'La cerámica ha sido mi medio para enraizar con la tierra. Y desde allí he ido aprendiendo a navegar como ser humano. Lo que más me costó en el pasado fue conectarme con la tierra porque mi mente siempre se escapaba. Pero he ido echando raíces', explica.

Es curioso, pues sus padres la llevaban a todos lados: a la selva, a la sierra, al mar. Observar y proteger la naturaleza está en sus genes, pero así de impredecible y terca es la mente que te aleja de tus pasiones. Brisa agradece haber tenido el trabajo de sus padres tan cerca, pero sus manos las usó para crear y mezclar en otro espacio. Los días junto a la abuela Bertha en la cocina finalmente volvieron a ella: estudió Gastronomía en Nueva York y se convirtió en la primera peruana en trabajar en Noma (Copenhague), uno de los mejores restaurantes del mundo.

Tuvo la oportunidad de viajar muchísimo no solo por el mundo exterior, sino por el interior. Y así notó algo interesante: tal como le sucedía en sus prácticas de yoga y meditación, en la cocina se volvió muy consciente de cada corte, cada grano, cada gusto. De vuelta a Lima en el 2010, no abrió un restaurante, sino que fundó, junto a Ana Loret de Mola, Mindfulness Perú: un centro que ofrece talleres, retiros y charlas, y que enseña a mantener la mente en el presente y a actuar con otras cualidades del corazón.

En junio Brisa se graduó como profesora de Meditación y obtuvo una certificación internacional (The Mindfulness Meditation Teacher Certification Program). Y hace poco hizo un retiro de silencio en Tarapoto cerca de la cordillera de la Reserva Escalera. La meditación es parte de su vida, así como esta casa en Lurín que no solo considera un hogar, sino también un pequeño oasis que le recuerda que no es necesario escapar tantos kilómetros para hacer una pausa y concentrarse en el presente.

Un día a la vez

La casa materna es sede de retiros que duran todo un día, estos son solicitados por familias, grupos de amigos o empresas. Se hacen rituales de agradecimiento, se prepara una pachamanca, hay meditación y luego todos pasan al taller de cerámica. Si el grupo no excede las catorce personas, entran en la cocina a preparar platos con base vegetariana.

Alquimia Culinaria es el nombre del otro gran proyecto de Brisa, que engloba sus dos pasiones: la cocina y el mindfulness. Reúne toda su experiencia, que va desde cocinar en el monasterio Zen River en Holanda hasta ser chef privada en Madrid. Desde el 2010 Brisa es la chef wellness de Edde Sands Resort & Spa en Byblos, en el Líbano, adonde viaja dos veces al año. Como coach de Vida y Cocina Consciente comprende que 'el alimento es medicina, y la medicina alimento provisto por la Madre Tierra', y por ello su intención 'es nutrir mente, cuerpo y alma', como se lee en la web del proyecto (brisaculinaria.com), que ofrece en talleres, caminatas, experiencias culinarias y retiros de bienestar.

'Todo el universo es un ingrediente', se lee en una pizarra chiquita a la entrada de la cocina de la casa de Pachacámac. La ventana de la cocina deja que entre la luz y parte del jardín: uno se siente en el campo. El horno está en el centro casi al lado de una mesa rectangular, grande y de madera. Y un poco más adelante, en otra pizarra, una cita del filósofo y activista Howard Thurman: 'No preguntes qué necesita el mundo, pregúntate qué te hace vibrar en la vida. Luego, haz eso porque lo que el mundo necesita es más personas que vibren con su vida'.

Brisa vibra. Y se ríe cuando lo acepta. Y asegura que esa es la clave de todo. 'Me tomó tiempo darme cuenta de que no se trata de querer cambiar el mundo desde la desesperación, sino de cambiarlo a partir del amor. Se trata de estar convencidos de que si uno cambia para bien, el resto también lo hará', comparte. Quiere mostrar a los demás que no se necesita de mucho para hacer cambios radicales. 'A mí estas técnicas, literalmente, me salvaron la vida. Ahora siento que veo las cosas con más claridad'. Es bastante sencillo: si algo va a explotar, que sea la risa.

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