“NO NECESITAMOS ALEJARNOS DE NUESTRO PASADO NI DE NUESTRAS GENERACIONES ANTERIORES”.
La diseñadora de moda Annaiss Yucra Mancilla reflexiona en esta columna acerca de los sueños generacionales, las luchas heredadas y la posibilidad de crear y crecer de la mano de nuestros antepasados.
Mi colección del 2018, “Resistencia”, se basó en el tema de la violencia de género y llevó una frase que se ha vuelto representativa de mi trabajo: “Mi mamá me enseñó a luchar”. Esa colección dio pie a la siguiente, que titulé “Matriarcado”. Para cuando esta apareció, en el 2019, mi mamá recién había fallecido.
Su madre, mi abuela, también había muerto. ¿Cómo conceptualizar el dolor, el homenaje a su legado? En su momento, aferrarme a lo que hago y expresarme mediante el arte y el diseño fue mi manera de lidiar con esa situación.
“Matriarcado” giraba en torno a las niñas que se ven obligadas a convertirse en mujeres, a la opresión, y también a la fuerza. Yo lo vi en mi abuela y en mi madre, y también en mí. Usé siluetas disruptivas que aparecieron cuando recuperé los vestidos que mi abuela les hacía a sus muñecas; usé telares ayacuchanos; apelé a elementos tradicionales que podía transformar con una mirada contemporánea, pero que me unían a mi historia familiar.
Mis abuelos Eusebio y Aurora llegaron a Lima en los años cuarenta, cuando ambos eran menores de edad. Mi abuelo desde Huanta, en Ayacucho, de donde huyó para que no lo reclutara el servicio militar forzado; mi abuela desde Huancavelica, siendo apenas una niña, cuando fue llevada a Lima para trabajar como empleada del hogar. Ambos vivieron en el Callao, donde se conocieron eventualmente. Ambos habían pasado de ser niños a tener que asumir responsabilidades y experimentar el abuso.
Durante la infancia de mi madre, Isabel, y de sus cinco hermanos, mi abuela mantuvo tres trabajos. Mi madre y su hermana Emma la ayudaban de madrugada. Mi abuela no tuvo la oportunidad de tener una educación: tomó cursos de noche para terminar la secundaria a los 35 años. Pero era autodidacta en los negocios. Mi mamá estudió en el Colegio Nacional General Prado y se graduó como contadora en la Universidad Ricardo Palma, aunque nunca ejerció por dedicarse a sacar adelante los proyectos de la familia. Los Mancilla llegaron al Centro Artesanal de Pueblo Libre, de la avenida La Marina, para ser pioneros en el comercio de las artesanías en Lima, junto con familias como los Janampa o los Pillco. Muchos venían del Perú profundo.
Así es como mi mamá descubrió el mundo artesanal y, específicamente, el textil. Junto con mi padre Genaro, fundó el taller que se llamó primero El ekeko del Perú, y que hoy se llama Yusutex Retail y exporta prendas de alpaca y de algodón orgánico al mundo. Ellos hicieron crecer ese taller, y empezaron a salir del país en los años noventa, buscando en las ferias internacionales de artesanía en Europa nuevas oportunidades y espacios.
Muchos años después, cuando yo me gradué con honores del BA en Diseño de Moda en la Nottingham Trent University, en Inglaterra, mi mamá me dijo: “Nos graduamos las dos”. Y es verdad, porque ese logro se soportó sobre el esfuerzo familiar para cumplir sueños que son generacionales. Es la historia de muchas familias peruanas.
Mi mamá fue muy exigente conmigo: no quería que tuviera limitaciones en la vida. Creo que la mujer peruana siempre piensa en sus hijos, en su familia, en la siguiente generación. Reflexionando sobre las luchas de mi abuela, mi madre y mi tía, yo me veo como un puente: siento que conmigo han brotado nuevas hojas y que he ayudado a que mis primas menores y sobrinas puedan desarrollarse en rubros que no son los tradicionales. Y, desde una perspectiva mucho más amplia, ser la tercera generación de mujeres indígenas me hace muy consciente de que vengo de personas que han tenido que luchar muchísimo en la vida, teniendo que sacrificar muchas veces sus sueños personales. Lo asumo como una responsabilidad: a mi manera yo continúo esa lucha, y quiero pensar que muchas mujeres pueden verse reflejadas en la historia de mi familia y en mí.
No necesitamos alejarnos de nuestro pasado y de nuestras generaciones anteriores.Podemos y debemos contar nuestra historia a través de esas otras voces: las voces de nuestras madres y nuestros padres, que nos han acompañado hasta aquí.
A casi cinco años de haberte perdido, mamá, quiero que sepas que día a día trato de convertirme en la mujer que siempre soñaste que fuera, aquella que es íntegra y mantiene su propósito firme, que lucha con el corazón en la mano y agradece día a día el haberte tenido como ejemplo.