Por: Fiorella Iberico / 21.01.2025



Una casa concebida desde una perspectiva artesanal, profundamente conectada
con su entorno. Refleja no solo la esencia de su propietaria, la hotelera Cristina Gallo,
sino también un diálogo valioso con la naturaleza del norte peruano.





La casa de Cristina “Kiki” Gallo en Máncora nació de una revelación. Un día, al salir de Kichic, su hotel frente al mar, se detuvo a observar el cerro circundante a su propiedad. Era un lugar que siempre la había intrigado, ocupado como estacionamiento de Kichic, pero esa vez lo vio diferente: allí debía estar su hogar. Imaginó una vivienda escalonada, que abrazara las alturas y estuviera conectada con la naturaleza. Con esa visión, contactó a Alejandra Iturrizaga, arquitecta que acababa de mudarse al norte. “Me entendió de inmediato y quedó fascinada con la propuesta. Crear algo así, donde hubo que moldear el cerro y hacer intervenciones precisas, fue un desafío emocionante”, relata Gallo. Desde el inicio, asumió un rol activo en cada etapa del proceso de construcción.


La casa es un diálogo entre la playa y el desierto. Se asienta entre las dunas que la resguardan y el horizonte marino que la envuelve. En perfecta armonía con su entorno, está incrustada en el cerro, respetando su topografía natural y promoviendo un estilo de vida minimalista, sereno y profundamente conectado con la naturaleza. Nombrada Casa Serpiente, su denominación rinde homenaje al sinuoso trazado natural del cerro que inspira y define su arquitectura, desplegada en cinco niveles. Este trayecto, siempre al aire libre, se integra a la vivienda a través de escaleras y puentes que reflejan la adaptación orgánica al terreno, invitando a explorar y convivir con el paisaje.





Cristina es la propietaria del emblemático hotel Kichic de Máncora, y Casa Serpiente, su residencia personal,
refleja la misma atmósfera: auténtica, minimalista y cargada de estilo.





La propuesta arquitectónica de Alejandra Iturrizaga respetó la vegetación natural del cerro. En el área social, se prescindió de muros
y se usó la roca como pared. La mesa de comedor empotrada fue una idea de Cristina.





Cristina cuenta que las formas y los materiales de la casa surgieron de manera espontánea durante el proceso de construcción. En una de sus visitas a la obra, descubrió que los obreros habían utilizado un pedazo de caña chancada para moldear un muro de concreto, que dejó una trama en negativo al retirarlo. Inspirada por esa decisión, propuso replicar el efecto con un material diferente. Así nació la idea de usar el petate, una alfombra tejida con junco, para el vaciado del cemento que imprimió su textura en los muros. Este detalle artesanal, visible en zonas clave como la fachada, le da a la casa ese carácter rústico y natural.


Como parte de su enfoque natural y rústico, algo característico de Cristina, comenzó a investigar los materiales propios de la zona para incorporarlos en Casa Serpiente, un proceso similar al que aplicó en Kichic. Uno de los varios hallazgos interesantes fue un rollo de bambú que encontró en el mercado local y que decidió utilizar para recubrir los techos de algunas áreas de la casa. “Es cuestión de jugar, de experimentar”, narra Cristina, quien describe el proceso como crear una escultura, una actividad que ha disfrutado durante años y que también aplicó en su hotel. Para ella, construir no solo se trata de diseño, sino de escuchar cómo uno quiere vivir, integrando cada espacio con un propósito y una conexión personal. Este enfoque le permitió crear una residencia norteña que conversa con el entorno y su estilo de vida.




Desde la zona social, los atardeceres son impresionantes. La casa, con sus espacios abiertos y ventilados, invita a admirar el paisaje
y a apreciar la belleza del entorno. Cristina comparte estos momentos con su familia y amigos, quienes se quedan a vivir la experiencia
de su hogar por largos periodos.




Cuando la jardinera estuvo lista, Cristina sintió que los San Pedros eran imprescindibles ahí. Buscó por todo Máncora sin éxito,
hasta que un día, en un rincón de Los Órganos, los encontró. Los considera sus guardianes.



En Casa Serpiente, cada rincón guarda la promesa de momentos únicos. Desde la zona social, los atardeceres son impresionantes. El propio cerro hace las veces de muro para la sala, la cocina y el comedor. La casa, con sus espacios abiertos y ventilados, invita a admirar el paisaje y a apreciar la belleza del entorno.


Las tertulias con familia y amigos se alargan entre risas y conversaciones, con cojines y mantas dispuestos sobre el suelo, mientras los atardeceres tiñen el cielo con colores espectaculares. La chimenea, un recuerdo de viajes pasados, se convierte en el corazón cálido de las noches frescas, mientras que la piscina, discreta pero precisa, abre sus vistas a un paisaje que parece no tener fin. Para Cristina, este hogar no es solo un espacio, es un escenario donde la vida se despliega con libertad, donde el cerro y el mar son testigos de los días que transcurren entre contemplación y goce pleno.





Casa Serpiente es el refugio personal de su propietaria, un espacio que refleja su esencia: auténtica, sencilla,
pero cargada de un estilo inconfundible.







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