Entrañable, rústica, habitada por cinco generaciones de memorias y siempre abierta para los amigos. Así es la Hacienda Murga.
Murga es un fundo agrícola: aquí se siembra algodón, espárragos y arándanos. Ahora también acoge un prometedor condominio que se nutre del corazón campestre y placentero de la casa original
Ubicada en el soleado valle de Pisco, Murga es una finca con muchos roles. Es una bodega de vinos que se preparan con la vid que usualmente se cosecha para pisco. También es un fundo agrícola: aquí se siembra algodón, espárragos, arándanos. Hace unos años cotizaron un gran maizal y ahora acoge un prometedor condominio que ya tiene varios propietarios. Pero, sobre todo, es un lugar con mucha historia que tiene a una familia y a su estilo de vida como el corazón de cada uno de estos proyectos.
Este acogedor espacio, repleto de elementos que respetan su arquitectura rural, está en manos de la familia Bellido desde 1890: ya van cinco generaciones que la habitan. Es parte de las 30 hectáreas que componen el fundo. Don Ángel, la cabeza de la familia y dueño de Murga, quien además creció en medio de estos sembríos, se la compró a sus hermanos en 1995. La reforma agraria, el terrorismo y el terremoto de Ica de 2007 son algunos de los embates que ha sobrevivido la hacienda. En cuanto a la casa, hubo épocas en que permaneció inhóspita, derruida, pese a que los terrenos agrícolas nunca han dejado de sembrarse.
Cuando Diego Bellido, hijo de don Ángel, y su esposa Raquel Tudela regresaron al Perú luego de una larga temporada de vivir en el extranjero, el lugar se llenó de renovada vida. Diego tenía en mente ayudar a su papá con la parte agraria y echar a andar el sueño de la bodega, así que empezaron a frecuentar la hacienda. Al cabo de un tiempo y con la llegada de sus mellizas, decidieron hacer arreglos en la parte que ocupa la vivienda para estar más cómodos cada vez que fueran. Raquel es, indiscutiblemente, una figura vital detrás del significado que ha tomado Murga.
Como toda hacienda, está llena de recuerdos, algunos lejanos y otros más cercanos. Es el caso de la mesa en la que Diego comía cuando era niño y que ahora ocupa un lugar en el patio del huerto que está dentro de la casa. Los pisos de piedra, los corredores cobijados bajo techos de paja, las bancas de madera rústica, las terrazas, los jardines: todo invita a una vida campestre activa, hecha para el placer de la tierra (la buena comida, la buena bebida) y, sobre todo, para compartirla. A Murga llegan visitantes continuamente. Desde amigos de Diego y Raquel —para quienes este lugar tiene una mística especial— hasta forasteros que llegan para probar los vinos Murga de la bodega comandada por la enóloga brasileña Pietra Possamai; son desconocidos que no pocas veces terminan almorzando con la familia en la gran mesa del jardín.
Este fin de semana, como tantos otros, hay amigos en la Hacienda Murga. Mientras el patriarca comparte sus historias de cuando fue deportista y las niñas juegan en la piscina, Diego descorcha unos vinos (de su bodega, por supuesto). Raquel, muy pendiente de hacer sentir a gusto a los asistentes, se encarga de hacer el seguimiento a la comida y de comandar la conversación y las risas. En Murga todos son bienvenidos, y en eso, en parte, radica su espíritu.