La artista y diseñadora gráfica Gabriela Maskrey emprendió un trayecto inesperado cuando estalló la pandemia del 2020 y ella se encontraba de paso en Costa Rica. Una travesía que la llevó a recorrer rincones de un país desconocido, pero, sobre todo, a aprender más sobre ella misma. Este es su diario visual.
Llegó con una mochila a pasar 10 días, y se quedó más de 30 meses. Gabriela Maskrey, creativa peruana de raíces inglesas, estaba en plena mudanza a México cuando la invitaron a pintar un mural en Nosara. En una duffel bag de 25 litros empacó tres polos, cuatro ropas de baño, dos shorts y una camisa de lino y viajó hasta la capital costarricense el 12 de marzo del 2020.
Cuando inició el estado de emergencia días más tarde, se vio forzada a quedarse mucho más tiempo de lo esperado en una residencia familiar en Turrubares, un valle en la región Pacífico Central del país centroamericano.
“Fue una experiencia muy rara porque no se podía hacer nada al respecto. Tratar de regresar al Perú era imposible y tampoco era lo que quería. Una vez que acepté que me iba a quedar ahí empecé a disfrutar la idea”, cuenta.
No conocía a nadie en la zona, pero, motivada por la necesidad, empezó a hacer amistad con los locales. Sus nuevos amigos la ayudaban a conseguir comida, incluso, la compartían entre ellos. No tenía transporte, así que a veces sus vecinos la recogían para poder ir al pueblo a comprar, y cuando era necesario, a tomarse una cerveza y conversar con la gente del área. Sus compañeros de cuarentena fueron un sombrero, a quien llamó Toasty, y Price, un sapo que la visitaba todos los días a la misma hora.
“Fue increíble ser parte de Turrubares”, explica la artista. “Además, estuve en máxima soledad, lo que hizo que mi relación conmigo misma mejore y se profundice. La calidad de mis pensamientos cambió, mejoró. Pinté mucho, estuve bastante activa. Creativamente, hice un montón de cosas”.
Pura vida
Costa Rica se caracteriza por ser un paraíso natural, con extensas playas tropicales, exótica biodiversidad y filosofía única. Sus colores, su esencia y su forma de disfrutar el día a día, tuvieron un profundo efecto en Gabriela. Tanto que, cuando tuvo la oportunidad, se mudó a Pavones, una localidad cerca de la frontera con Panamá. Las olas de esta zona son reconocidas en la región por ser ideales para surfear, un deporte que la fundadora de la empresa de diseño Te MATA practica desde hace algunos años.
“Ahí estuve como dos meses, con una amiga que cuidaba la casa de un irlandés que se había quedado atrapado en Europa”, explica. “En esa zona todo es muy laid-back, el costarricense es muy pura vida, el clima es increíble, todo el día ves verde. Hay mucho contraste de color, es demasiado lindo”.
Después de esa experiencia, Gabriela continuó por Santa Teresa, un pueblito en la provincia de Puntarenas y más tarde, recayó en Puerto Viejo. Casi sin darse cuenta, había pasado más de dos años recorriendo el país. Durante ese tiempo, la artista pintó tres series en papel: Santa Teresa, Pavones y Matapalo. Incluso, su pintura, que se caracterizaba por ser en blanco y negro, también se transformó y empezó a incorporar color a sus lienzos.
La cualidad transformadora de este viaje inesperado se dio casi sin darse cuenta. Entre cocos, mar y sol, Gabriela había descubierto una nueva verdad.
“Yo siempre he vivido en ciudades, vivir en medio de la naturaleza, aprender a vivir sin servicios, fue una excelente experiencia”, reflexiona sobre su viaje. “Costa Rica me enseñó a vivir en medio de la nada”.