Es conocida por su trabajo en decoración de bodas, por sus bouquets de novia y sus arreglos florales, y por las clases de floristería y de etiqueta que dicta. Sin embargo, nada mejor que la casa de Isabel Maguiña para revelar la extensión de sus intereses y de su sensibilidad.
Desde la terraza de la casa, el enorme y septuagenario árbol tipa aparece entre las ramas de jazmín que cuelgan graciosamente del techo bajo y que enmarcan la escena. Los arbustos de mirto recorren el jardín, y dibujan topiarios. Hay un silencio que solo interrumpen los pájaros; y un caracol ha llegado hasta el piso de piedra de la terraza. Entonces, con la taza de café entre las manos, uno piensa que este no es un lugar en medio de la ciudad, sino un escenario literario. Hay una cualidad idílica, onírica incluso, que envuelve la casa de Isabel Maguiña. Y fue ella quien convocó ese espíritu.
Se mudó hace 20 años con sus dos hijas muy pequeñas. La casa sanisidrina de la década del cuarenta debía ser remodelada, e Isabel tenía muy claro lo que quería lograr: 'Quise darles a mis hijas un lugar que las acoja; un lugar bonito con un ambiente agradable al cual ellas siempre quisieran llegar, y que nunca les falte calor de hogar. Quería que todo sea entrañable', responde Isabel. 'Que tuvieran un jardín y un cuarto lindo, y que les quede el recuerdo de haber tenido una infancia maravillosa'. Para lograrlo, Isabel cambió hasta el último detalle de la antigua casa. Solo quedó el tipa en pie. Su propietaria enfatiza que esta es una casa 'hecha a mano'.