Por: Rebeca Vaisman / Fotografía: Per-Tomas Kjaervik

El interiorista Gianfranco Loli interviene el área social de este gran dúplex, en San Isidro, para llenarlo de detalles y textura, apostando por el color y el riesgo.

Dice que le tiene horror al vacío. El departamento le da la razón. Gianfranco Loli atraviesa el salón avanzando entre una suma de estímulos que él mismo ha puesto ahí. Las últimas piezas en llegar han sido el jarrón chino que sirve como gran macetero en el ingreso y el centro de mesa de cristal checo del comedor secundario. Se suman a la colección de ánforas, jarrones, candelabros y esculturas que dan relieve al ambiente. El cambio resulta increíble para quien ha visto el departamento antes de la redecoración. El dúplex había sido ya remodelado arquitectónicamente en una intervención que sacó muros y abrió toda la primera planta que corresponde al área social, pero el contenido se veía opacado por un piso de mármol y paredes de color beige, por muebles en una gama de marrones, cortinas pesadas y superficies planas, sosas. Un año después, el paso de Loli ha dejado una entretenida combinación de color, diseño que se apropia de paredes y hasta techos, aprecio por los objetos e inclinación por un maximalismo que se atreve a tomar riesgos.

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