Viajes, arte popular, piezas rescatadas y la calidez de lo cotidiano conviven en el departamento de Marina García Burgos e Iñigo Maneiro, donde nada es intocable y todo se disfruta a plenitud.
Las casas cuentan historias. Algunas lo hacen con silencios y sobriedad; otras, como la de la fotógrafa Marina García Burgos y el consultor socioambiental y periodista de viajes Iñigo Maneiro, lo hacen con objetos, colores y detalles que expresan sin pausa. Cada rincón transmite la manera en que ambos han sabido impregnar su identidad profesional y personal en el espacio que comparten.
Marina, como artista visual, observa la vida a través de un lente que revela lo invisible. Esa misma sensibilidad está presente en los ambientes de la casa, donde cada objeto parece dispuesto para ser parte de una composición. No se trata de una escenografía, sino de un lugar vivo en el que las cosas se transforman y dialogan. Iñigo, por su parte, ha dedicado su trayectoria a proyectos de desarrollo en comunidades andinas y amazónicas. Ese contacto con la cultura popular, el trabajo artesanal y la riqueza de saberes locales se refleja en las muchísimas piezas que habitan el departamento. No son adquisiciones decorativas: son vínculos con personas, territorios y memorias.
Más allá de lo visible, lo que este espacio revela es un modo de estar en el mundo: con los pies en la tierra y la mirada abierta, con raíces en lo ancestral y alas en lo creativo
La suma de ambos mundos crea un ambiente donde conviven la belleza estética y el valor simbólico. Aquí, una mesa de madera heredada se acompaña de cerámicas amazónicas, así como una pintura contemporánea comparte espacio con textiles andinos que hablan de tradición y memoria. El espacio no se concibe como una vitrina intocable, sino como escenario de encuentros. La cocina y el comedor son el corazón de la casa. Allí se concentran las noches largas con amigos. La mesa, que normalmente exhibe vasijas amazónicas, se despeja para dar lugar al convite y transformarse en punto de reunión. En ese escenario, Iñigo asume con naturalidad el rol de anfitrión detrás de los fogones, y su tortilla de papas se ha convertido en la sensación del barrio.
Lejos de buscar la perfección, han optado por la autenticidad. Cada elemento responde a un interés, una amistad, un viaje o un recuerdo. Los constantes viajes que Marina e Iñigo realizan —ya sea por trabajo o por placer— han dejado huella en la casa. De cada destino regresan con objetos que no solo decoran, sino que prolongan la experiencia del camino y que, al integrarse en el día a día, mantienen vivo ese espíritu viajero que los caracteriza.
Este espacio inspira la certeza de que un hogar puede ser también una obra en permanente construcción, reflejo fiel de las búsquedas y convicciones de quienes lo habitan.
Entre los objetos más significativos están las obras de arte que cuelgan en sus muros. La pareja ha reunido piezas de artistas peruanos e internacionales que admiran profundamente; entre ellos, Claudia Coca, Sandra Gamarra, Alberto Borea, Patricia Camet y José Vera Matos. En el estudio de trabajo, destacan las fotografías en blanco y negro de Billy Hare, cuya fuerza visual aporta un contrapunto sobrio y poético al resto de la casa. Más que una colección, se trata de una constelación de afinidades y afectos. La oficina se siente especialmente viva, pues Marina ha estado trabajando en su última muestra: La naturaleza de las cosas, que se exhibe en La Galería de San Isidro hasta los primeros días de octubre. Allí, pueden verse los paisajes que capta e imprime sobre materiales impensados, como papeles reciclados, cortezas de plantas y acrílico.
Entre todo ello, aparecen también las tres gatas que acompañan a la pareja. Curiosas, libres y siempre presentes, ellas recorren la casa a su ritmo, suben a las repisas, duermen entre las plantas o se instalan en medio de una conversación. Su presencia añade movimiento y ternura, y refuerzan la idea de que este hogar no es estático, sino un organismo vivo en constante interacción.
El resultado es un hogar donde se siente la huella de quienes lo habitan. La de Marina, que captura instantes con una sensibilidad única; la de Iñigo, que acerca tradiciones y saberes ancestrales al presente. Y, sobre todo, la de ambos, que entienden el departamento como un espacio activo de creación.