Por: Rebeca Vaisman / 13.11.2019

Iconos, leyendas, trendsetters… pero también filántropas y empresarias que nacieron en el privilegio, pero conocieron la adversidad y la tragedia.

Con las muertes de Gloria Vanderbilt, Lee Radziwill y Marella Agnelli —ocurridas este 2019— se termina también una época.

Llamar 'maldición' a una herencia de millones de dólares puede parecer esnobismo, banalidad, incluso ignorancia: pobreza, falta de educación o de salud, entornos violentos, esas son maldiciones ¿pero una herencia multimillonaria? Aún así, la riqueza familiar ha sido el sino de personajes que parecen de ficción pero cuyas tragedias y vueltas de tuerca son muy, muy reales. Y nadie lo supo mejor quez Gloria Vanderbilt, quien murió el pasado 17 de junio a los 95 años.

El mundo —su mundo— la conoció desde que nació, y la prensa y sus circunstancias la hicieron encarnar aquella narrativa de la 'pobre niña rica'. La tataranieta de Cornelius Vanderbilt —el empresario victoriano que hizo su fortuna al extender el ferrocarril por todo Estados Unidos— supo muy temprano sobre privilegio y abandono por igual. Su padre Reginald Claypoole Vanderbilt murió de cirrosis cuando Gloria tenía apenas 18 meses de nacida. Su vida y su fondo fiduciario quedaron entonces al cuidado exclusivo de su madre, Gloria Morgan, una joven socialité más preocupada por viajar a París, por la ropa, las fiestas, y por estar rodeada de gente rica e interesante (como su propia hermana Thelma, que se presume fue amante del príncipe de Gales) que de cuidar a la pequeña Gloria. Cuando esta tenía 10 años, su tía paterna Gertrude Vanderbilt Whitney —la fundadora del museo Whitney de Nueva York—, pidió su custodia en los tribunales,

en un sonado caso que llegó a la Corte Suprema de Estados Unidos y que fue uno de los juicios más mediáticos de la primera mitad del siglo XX.

La herencia de la familia y la buena moral fueron los argumentos centrales: Gloria fue obligada a atestiguar sobre la vida y los hábitos de su madre ante un juez, con la ansiedad y la culpa que eso debió generar en una niña. Su tía ganó su custodia y a partir de entonces solo vió a su madre durante los veranos. La necesidad de amor y de aprobación, que eso despertó en ella, se trasladó a sus relaciones adultas. Décadas más tarde esos primeros años fueron recogidos por Bárbara Goldsmith en el libro que dio pie a la miniserie de 1982, Little Gloria… Happy At Last. La vida de Vanderbilt siempre fue de película.

Dolor y Gloria

Era infaltable en la escena social de Manhattan. Más que infaltable, era central. Una influencer natural que no solo tenía seguidores y admiradores de su estilo, sino que llegó a convertirse en la definición de un tipo de mujer, la llamada lady who lunches del Upper East Side. En su círculo más cercano estaba el escritor Truman Capote, y dice el rumor que ella inspiró a la entrañable Holly Golithly de Breakfast at Tiffany’s. Vanderbilt y otras damas de Manhattan fueron los cisnes de Capote, y sus secretos, infidelidades y superficialidad alimentaron su pluma.

La búsqueda de Gloria, sin embargo, fue intensa y profunda. A los 17 años se casó con el agente de Hollywood Pat DiCicco, del que se divorció cuatro años después (acusándolo de violencia física). Vanderbilt volvió a casarse un año más tarde, esta vez con el director de orquesta británico Leopold Stokowski, 40 años mayor que ella y padre de sus dos primeros hijos, Stan y Christopher Stokowski. En 1956, Gloria se casó por tercera vez con el director de cine Sidney Lumet. Su último

matrimonio fue en 1963 con el autor Wyatt Emory Cooper, con quien tuvo dos hijos, Carter y Anderson Cooper (el conocido periodista de la CNN), y con quien permaneció hasta la muerte del escritor.

Entre los romances que ella ha aceptado y los que se le adjudican están Frank Sinatra, Marlon Brando, Errol Flynn y Howard Hughes. Gloria sostuvo una larga relación con el laureado Gordon Parks, el primer afroestadounidense en ser contratado por la revista Life, y el primero en dirigir una película en Hollywood (The Learning Tree en 1969). 'Mi madre creía en el amor más que en nada', escribió sobre ella su hijo Anderson en una hermosa carta de despedida.

También creía en el poder de su nombre. En los setenta lanzó una colección de jeans, la primera de diseñador. Cada par llevaba su firma y un cisne bordados. El fondo fiduciario con el que Vanderbilt nació equivalía a unos US$ 37 millones de dólares en la actualidad; ella levantó un negocio de US$ 100 millones. 'Fue relevante en todo lo que hizo. Capturó el zeitgeist por casi un siglo', ha asegurado Diane von Furstenberg.

Fue autora de tres novelas y de cuatro memorias. Lo puso todo en el papel. Lo más difícil. El suicidio de su hijo Carter, que ocurrió ante sus ojos. 'Creo que sin el dolor no podemos saber lo que es la felicidad', reflexionó años después de publicar A Mother’s Story. 'Y eso me sostiene porque de eso se trata la vida. Si no sentimos el dolor, no tenemos la alegría, y si no sentimos el dolor, no sabemos que estamos vivos'.

'Gloria Vanderbilt fue una mujer extraordinaria que amó la vida y la vivió en sus propios términos', continuó Anderson Cooper en su carta de despedida. 'Qué vida tan extraordinaria. Qué madre tan extraordinaria. Qué mujer tan increíble'.

El lago de los cisnes

En uno de los primeros capítulos de la miniserie de Netflix Tales of the City se escucha al personaje interpretado por Olympia Dukakis reflexionar, con su característica ironía, sobre cómo una forma más diplomática de referirse a una mujer mayor es llamarla un icono. Puede ser que últimamente se abuse de ese sustantivo, sobre todo para engrandecer a personajes por su capacidad de convocatoria. Iconos de estilo, parece que los hay por doquier. Pero la verdad del estilo es que tiene muy poco que ver con belleza o popularidad, y mucho que deberle a la experiencia. Un estilo propio se delinea gracias a las vivencias, a los errores. Para las llamadas cisnes de sociedad de Nueva York, ese estilo sofisticado tenía que ver también con una conciencia de la elegancia y la trascendencia. Y en el caso de mujeres como Gloria Vanderbilt, Lee Radziwill y Marella Agnelli, su capacidad de reinvención las convirtieron, ciertamente, en iconos.

Fue hermana menor de Jacqueline Kennedy Onassis, y a pesar de que superar el protagonismo de la primera dama era casi imposible, Caroline 'Lee' Radziwill fue una de las grandes figuras del jet set del siglo XX. La estadounidense con más estilo de París, la llamaron algunos. Fue también una especie de princesa al convertirse en esposa del aristócrata polaco Stanislaw Albrecht Radziwill (antes había estado casada con el editor Michael Temple Canfield). Así se le consideró hasta su muerte en febrero de este año, a los 85 años.

Radziwill fue asistenta de la editora Diana Vreeland en Harper’s Bazaar cuando muy pocas de las otras esposas de su círculo contemplaban si quiera la idea de trabajar. Intimó con Warhol, Mappelthorpe y Nureyev; fue retratada por fotógrafos de la talla de Cecil Beaton y Richard Avedon; y Truman Capote escribió que no podía encontrarse mujer 'más femenina' que ella. Los chismes de sociedad la enfrentaron a su hermana por el amor de Aristóteles Onassis; su biografía da cuenta de un compromiso cancelado minutos antes de la boda con el empresario hotelero Newton Cope, y de un último matrimonio con Herbert Ross (director de la película Steel Magnolias), del que se divorció en el 2001. Fue una actriz sin mucha suerte, relacionista pública de Armani y exitosa decoradora de interiores.

Diseñadores contemporáneos, como Marc Jacobs, han expresado su deuda con ella. La distancia entre ella y su hermana fue siempre palpable, pero si Jacqueline hubiese estado viva en 1999 (murió cinco años antes), quizá las hubiese acercado la tragedia: Anthony Radziwill murió de cáncer menos de un mes después que su primo John F. Kennedy Jr. A pesar de todo, el libro de memorias del 2003 de Lee se tituló Tiempos felices.

Semanas después de la muerte de Radziwill, a principios de este año, se fue otro de los cisnes de Capote, quizá el último:

Marella Agnelli. Hija de un noble napolitano de apellido Caracciolo y una cervecera de Illinois, se casó con Gianni Agnelli, presidente de Fiat. Pero Marella, de cuello larguísimo que realmente asemejaba al de un cisne, fue más que eso: a pesar de que no había muchas opciones para las mujeres solteras de su época, ella estudió Arte en París y trabajó como asistenta de fotografía en Condé Nast antes de pensar en casarse. Al unirse con Agnelli, se convirtió en la anfitriona preferida de la aristocracia europea y de los artistas y celebridades de Nueva York. Pero siguió alimentando su amor por el arte convirtiéndose en importante coleccionista, y a eso sumó su interés por la botánica, con la publicación de varios libros sobre el tema.

La plácida y discreta vida de Marella se detuvo cuando Eduardo, su primogénito, se suicidó en el 2000. Tres años después murió Gianni Agnelli, a lo que le siguió una muy pública pelea familiar por la millonaria herencia. Marella falleció a fines de este último febrero, recluida en Villa Frescot, su residencia de Turín, poco antes de cumplir 91 años. Con ella se acaba también ese tipo de mujer de sociedad de un tiempo y unas ideas que ya no existen. Pero cuyo estilo seguirá siendo materia de leyenda.

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