La fusión de tonos vibrantes y la cuidadosa selección de piezas artísticas dan vida a una armonía visual
que invita a descubrir cada rincón de la luminosa y familiar casa de playa de la diseñadora de interiores Paula Olcese.
Desde la concepción del proyecto, la visión fue clara: una casa familiar, luminosa y segura. El esposo de Paula Olcese, Cristian Emmerich, veranea en Playa del Sol desde que tiene uso de razón; por él fue que decidieron comprar el terreno en esta playa. Ya tenían a su hija mayor, Cristina, y la segunda, Victoria, venía en camino, así que Paula imaginaba la casa con ambientes planos, aptos para niños y con techos altos que permitieran la entrada de la luz natural. La diseñadora de interiores quería algo completamente distinto que su residencia de Lima: para la playa, visualizó un espacio más depurado, con menos objetos. Una hoja en blanco.
Con el paso del tiempo, la diseñadora de interiores ha fortalecido su vínculo con el color. Su transición hacia un uso más audaz se entrelaza con su formación como psicóloga y también es resultado de una continua exploración. Eso es algo que llama la atención en el interiorismo de Playa del Sol. Las primeras tonalidades que iluminaron esta casa se manifestaron a través de los cojines. Paula —autodeclarada amante de los patrones de líneas— sucumbió al encanto de los diseños de Cristian Lacroix apenas los vio y hoy se lucen en el espacioso sillón de la sala.
La doble altura del patio interior conecta el área privada con el exterior, sin quitar privacidad.
Abajo, el área social tiene una estética depurada, que integra la luz como un elemento más.
El arte también desempeña un papel crucial en la estética de Paula. Entre las diversas obras que componen el espacio, destacan especialmente aquellas que incorporan prosa, como el cuadro del artista Mateo Cabrera, cuyas pinturas siempre llevan consigo alguna inscripción, y la obra de Pablo Ravina, con su arraigo en la estética publicitaria y pop, quien también se distingue por la inclusión de texto, la vibrante paleta de colores y la presencia prominente del fucsia, un tono por el que Paula siente fascinación y que se abre paso con fuerza en esta casa. Una pieza de Abel Bentín, que es una representación de la felicidad, cobra un significado especial para la diseñadora, ya que su residencia de playa simboliza eso: el lugar donde la alegría y el disfrute en familia son constantes.
Se consideran un clan muy playero. Pasan el día en la arena y, al regresar a casa, suelen encender la parrilla. Por las noches, el patio interno es el lugar de reunión con los amigos de la pareja. Se trata de un espacio doble altura que conecta con el exterior sin renunciar a la intimidad. Esta casa significa mucho para ellos. Es un reflejo de la evolución de la familia, pero sobre todo de Paula: un recorrido cromático, donde el color y la calma convergen en sintonía.