Por: Vania Dale / Fotos: Victor Idrogo

En una propiedad de 4000 m2, rodeada de extensos jardines, la arquitecta Karím Chaman y su esposo, el abogado Mauricio Olaya, han hallado un refugio permanente al que pueden acudir cada vez que necesiten escapar del caos de la ciudad para reencontrarse el uno con el otro. Esta casa, de la que resulta imposible no enamorarse, es la materialización de su esencia conjunta.




A pesar de que llevan un año de casados, Karím y Mauricio aún no viven juntos por el agitado ritmo de vida de cada uno y el proceso de nunca acabar que supone diseñar un departamento a medida (como es el caso del que compraron hace un tiempo, ubicado en un octavo piso con vista al mar, al que se mudarán tan pronto como esté listo). Por eso, esta casa en la playa El Golf es –podría decirse– su primer hogar juntos.

De hecho, fue en estos jardines que celebraron su unión en matrimonio (junto con cientos de invitados) al estilo de Karím, que se caracteriza por los siguientes elementos: música, color y vegetación exuberante.



El renacer de los espacios

Lo que más les gusta de la propiedad es la privacidad que les permite tener. Justamente con ese fin fue que compraron los dos terrenos adyacentes, que les han otorgado amplitud y libertad. A Karím le gusta la música a todo volumen y en todos lados –hay parlantes hasta en los baños–, y el hecho de no tener vecinos cerca le permite celebrar siempre a lo grande.

Cuando aún eran amigos, Mauricio le envió los planos de la casa para que ella lo ayudara a decidir si le convenía comprarla. Karím le dio el visto bueno. “Ahí comenzó mi asesoramiento, hace ocho años”, relata. “La casa parecía de campo, abundaban el gris y el negro. No era mi estilo para nada”, confiesa la arquitecta con la sinceridad que la caracteriza. “A mí el negro es un color que siempre me ha gustado; lo llevo en mi vestimenta, está en los ambientes de mi oficina. Y lo traje también a mi casa de playa”, reconoce el abogado. “Pero me encanta cuando Karím me saca del negro y me propone otras cosas que, sin saberlo, son afines a mi gusto”.



Si bien el comedor estaba en desnivel, al igual que otros espacios, ella reconoce que la base era buena y que, gracias a ella, no hubo que realizar cambios drásticos en la estructura. Así, a través de una especie de private consulting (uno de los servicios que la empresa de Karím ofrece y que consiste en mejorar el diseño de interiores a partir de lo que ya se tiene), la arquitecta inició la remodelación de la casa, con ayuda de su colega Ximena Vargas. Pero el proceso no le fue ajeno a Mauricio, quien, conforme se avanzaba, empezaba a entusiasmarse con la metamorfosis de los espacios.

Con el cambio de piso de negro a blanco, la diferencia ya era abismal. A eso se le sumó la transformación total del cuarto principal, inspirada en un hotel de Beverly Hills en el que se había hospedado la pareja; la del baño, en el que lo que según ella era una especie de “cuarto de pánico” fue convertido en una ducha luminosa con techo de vidrio que permite ver el cielo –una idea que Mauricio se adjudica, orgulloso–, mientras que el lugar en donde estaba ubicada la antigua ducha fue el espacio perfecto para colocar una tina de hidromasajes con una envidiable vista al jardín y un gran espejo en frente, que contribuye aún más a la ya existente sensación de amplitud. En el pasillo que une las habitaciones había una fotografía en blanco y negro que a ella se le hacía muy tétrica –“como salida de la película El aro”, bromea– y que fue reemplazada por un gran mural que tardó alrededor de tres semanas en diseñar. La pequeña terraza adyacente a su dormitorio también la modificó. Y así, de a pocos, la propiedad fue tomando forma y color.



Lienzo para colorear

“Esta casa tiene bastante inspiración de los años cincuenta: plataformas, techos planos, madera, como en las casas de las colinas de Beverly Hills… quise darle ese toque vintage, pero a la vez futurizado, moderno y tropical. Mi casa es un lienzo blanco, pero pintado con full colorinche”, dice Karím.

Al cruzar la puerta principal, nos recibe un gran aparador sobre el que cuelga un cuadro de Pablo Patrucco que la arquitecta le encargó al artista, y que fue un regalo personalizado para su esposo. Las columnas de madera que separan este recibidor del comedor constituyen un recurso que ella y su equipo emplean seguido en sus proyectos. “La intención es dar independencia sin quitar vista”, apunta José Miguel Osorio, mano derecha y gran amigo de la arquitecta, quien nos dio un tour por el lugar.




Tras las columnas, se divisa el comedor y, al lado, la sala. En ambos espacios, los muebles que había comprado fueron reutilizados: el comedor se pintó de blanco, mientras que el sofá principal se retapizó. Sobre este, una de las características más singulares del espacio se hace presente: un gran vidrio horizontal que rompe con la pared y a través del que se puede ver el sunset sin necesidad de salir. La mesa de centro –de dimensiones generosas– se mantuvo tal cual, pues su tamaño resulta ideal para exponer los objetos del deseo que la pareja adquiere durante sus viajes. Sobre ella asoman libros de Assouline alusivos al verano, adornos de Jonathan Adler e ítems comprados en anticuarios. Una combinación interesante de estilos.

El primer espacio que estuvo listo para usarse fue la terraza. Karím amplió el espacio que esta ocupaba y reprodujo la sala a mayor escala: lo que pasa adentro ocurre también afuera. Ese es otro criterio que ella y su equipo suelen emplear en sus proyectos, y este no fue la excepción. Aquí, al aire libre, también se repiten las columnas que nos recibieron en el ingreso. Por la noche, se iluminan estratégicamente, al igual que el bar –cuyo centro puede adoptar el color neón que se prefiera sin necesidad de conectarse a un tomacorriente–, creación del diseñador español Ramón Esteves, el mismo que firma el mueble en forma de U que corona la terraza y que pertenece a la colección Faz de la marca especializada en mobiliario para exteriores Vondom.




Más allá, en la zona del jardín ubicada hacia la derecha, las hamacas y los árboles forman su propio ecosistema: un espacio íntimo en el que se respira paz y se puede oler el verde; hacia el lado izquierdo del terreno, se abre paso la zona recreacional dedicada a los hijos de Karím y de Mauricio, y a los amigos de estos, que cuenta con dos arcos para jugar fútbol, canasta de básquet y hasta un área para fogata rodeada por puffs. Y la casa sigue creciendo.

“Dentro de un año habrá otras áreas”, advierte Karím, quien ya planea construir una sala de invierno –con sistema de karaoke incluido– y otro dormitorio de huéspedes. “Nos divierte la idea de ir elaborando y decorando nuevos ambientes juntos”, agrega Mauricio. “Venir acá para nosotros es sinónimo de poder pasar un momento solos, en familia o con los amigos, fuera del ajetreo del trabajo. Eso es lo que nos gustó de este espacio: que es como nuestra propia isla”.

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