Por: Rebeca Vaisman / fotos: Leslie Hosokawa y Alonso de Freyre

Buscaron durante años hasta que encontraron el departamento ideal para ellos: sin embargo, ocuparlo implicó remodelarlo por completo; entender sus nuevas dimensiones; empezar un proyecto de decoración y reacomodar los objetos y la vida familiar. Un work in progress que asumen entre todos.

El departamento de 110 m² en el que vivieron mucho tiempo era perfecto. Quedaba cerca del malecón de Miraflores; sentían que todo lo que querían estaba a solo unos pasos, el espacio era justo y necesario para los dos. Y entonces fueron tres. Cuando emprendieron la búsqueda del siguiente hogar, entendieron que la perfección es efímera. No solo eso: es esquiva. Porque esa búsqueda fue larga y difícil: la insatisfacción muchas veces era una mera sensación, algo muy parecido a una corazonada; ese sentimiento vago que solo alguien que haya entrado en un espacio ajeno -vacío o decorado- haya hecho el ejercicio de imaginarse desayunando en esa cocina, mirando a través de esa ventana o persiguiendo a un hijo a lo largo del corredor podría entender. Departamento tras departamento, simplemente no se veían ahí.

Entonces, llegaron a ese edificio de los años ochenta en San Isidro, en una zona donde los economistas Fiorella Bianchi y Enrique Mendizabal no habían imaginado vivir. Cuando entraron en el departamento, encontraron que se cerraba en su amplio frente horizontal con un par de paredes que estaban de más; el papel tapiz y las cortinas hacían los ambientes recargados, algunos pisos eran de laja y otros, alfombrados. Tenía solo dos baños en un metraje casi tres veces mayor a su departamento anterior. Y, sin embargo, este era. No solo por su balcón delicioso y su gran vista, ni porque el edificio tiene pocos departamentos (algo que querían), ni porque además tiene un diseño clásico que les atrajo mucho, sino que fue algo más, algo inexplicable. 'En los otros espacios yo no me podía imaginar viviendo, pero en cambio acá entré y le dije a Quique ‘no puedo decir que no a esto’, porque le vimos todo el potencial', recuerda Fiorella. Así que se quedaron.

Se hizo una remodelación que duró un año y medio, y que fue dirigida por el arquitecto Enrique Mendizabal, padre de Quique. Se botaron las paredes del ingreso y del comedor, que obstruían el paso y la luz. Querían un lugar abierto en el que todo se sienta integrado. 'Los espacios cerrados son un poco más formales, y no queríamos esa formalidad', explica Fiorella. 'Cuando hemos revisado los planos originales, resultó que estábamos volviendo prácticamente a cómo se había concebido el espacio antes de cualquier intervención'.

Al entrar al departamento y sentir ese primer impacto de luz y de espacio, se entiende.

La parte privada se reformó en su totalidad. Recibieron el departamento con una sala de estar mucho más amplia y un dormitorio principal que era dos veces más grande de lo que es ahora; además de tener dos walking closets. En cambio, Fiorella y Quique redujeron la salita y su propio dormitorio (que de todas formas resulta supercómodo y de buen tamaño) y ganaron la oficina de Quique, el dormitorio y baño de Enrique, de 3 años, y su cuarto de juegos.

El trabajo fue arduo y el proceso más largo de lo que imaginaron, pero Fiorella confiesa que le encantó ser una parte activa: 'Me fascina el tema: sigo cuentas de arquitectura y de decoración porque es algo que me relaja, y aquí me metí mucho. Tenía claro cómo quería la casa'. Ese entusiasmo los acompañó en la mudanza. Al comienzo, ellos quisieron encargarse de la decoración. Trajeron todos los muebles de su departamento anterior y los reubicaron, pero claro les sobraba medio departamento y, además, las dimensiones aquí eran otras. 'Justamente por las dimensiones es que al final no nos atrevimos a hacerlo solos, porque hay un tema de espacio que no dominamos', explican. Fue entonces que se contactaron con el estudio de diseño Puna para que les haga una propuesta integral y además fabrique varios de los nuevos muebles, como la alfombra de lana rayada y la mesa de mármol poroso y madera. Así como sucedió con la remodelación, Fiorella interviene mucho en el proceso de decoración y es así que prefiere avanzar lento, pero segura de cada decisión.

A un lado de la sala, el color verde de la pared de la chimenea hace que el cuadro de Tracey Emin resalte; aún no han definido qué lo acompañará en esa superficie. Por el momento, el ambiente se llena con la economía del mobiliario consistente y aún así mínimo: un sofá (todavía no se deciden por los cojines), una silla de madera y tejido y un par de sillas Wassily; al otro lado, la biblioteca tiene el color de innumerables libros y la textura de las varias esculturas de Carlos Runcie Tanaka. Aquí hay un par de alfombras, un sofá y una butaca de cuero; una composición de cuadros y un telar -piezas que Quique ha ido adquiriendo- una escultura de Joaquín Liébana que Fiorella le regaló por su cumpleaños. 'Esta es su esquina y esa otra es la mía', se ríe ella. 'Para mí less is more y para Quique more is more. Pero tenemos gustos similares'.

Si no está segura de algo, no lo pone. Cree que en una casa el arte debe ponerse al final; en cambio, si fuera por Quique, todas las paredes estarían llenas. Él vivió 12 años en Londres y como trabaja en cooperación internacional viaja mucho a Asia y África: ha armado una pequeña colección de arte pero su valor no está en la posición del artista o el precio de los cuadros, sino en la emoción que le suscitaron, en el significado que él les otorga y en el gusto que le da llevarse como recuerdo una pieza de algún artista contemporáneo.

La vida es un proceso

Quique tiene una oficina en casa. Fiorella, especializada en retail de modas, casi siempre ha trabajado con un horario de oficina pero está continuamente descubriendo nuevas maneras de disfrutar su departamento. Enrique tiene su dormitorio y su cuarto de juegos, pero en realidad puede andar por cualquier habitación. Pasan mucho tiempo en la cocina, cocinando y comiendo juntos. Con un mejor clima, el balcón se usa mucho para tomar algo después de trabajar o para conversar comiendo una fruta; y este verano le pondrán una parrilla. No han querido llenar los espacios con demasiados objetos ni adornos para que Enrique pueda correr y jugar libremente, y para que sea fácil para todos utilizar los ambientes. Incluso en el verano procuran quedarse varios fines de semana en Lima para aprovechar el lugar; para disfrutar ese proceso de armar una casa que nunca termina, pero que puede llegar a ser perfecto.

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