La renovación de la casa familiar fue el proyecto que este joven clan necesitaba para echar raíces en el Perú y para darle un sentido muy personal al concepto de hogar.
Esta es una casa viva. Lo es por muchas razones. Primero, por su color y su ajetreo: hay cinco sitios puestos en la mesa, la fruta va partida al centro y los vasos son de colores; magníficos bloques de madera están regados en el suelo de la cocina, como vestigio de un juego reciente. Hay un columpio en medio del pasadizo y una casita de títeres; hay libros, cuadros, risas y dos perros que esperan en el patio a que alguien les abra la puerta. Estefanía Peñas, Nicolas Lastschenko y sus tres hijos llenan cada espacio con rutinas compartidas y con planes. Muchos planes. Como el de ampliar el segundo piso para que los chicos tengan más espacio; como el de implementar una parrilla. Y esa es otra razón por la cual esta casa se siente tan viva: porque sigue creciendo. Respira.
La construcción barranquina es de los años veinte. Tiene historia. Sus muros originales de adobe y de madera siguen en pie: solo se han reforzado con columnas y con el ala nueva en concreto. Estefanía creció en esta casa, que era de su abuela Estefita. Aquí vivió toda su infancia con ella (luego de que su abuelo murió) y con su madre. También sus primos llegaron a vivir aquí en algún momento. Siempre fue una casa abierta.
'Mi familia está repartida por distintos países. Cuando terminé el colegio viví unos años en Buenos Aires con mi mamá, luego regresé a Lima, aquí, con mi abuela: después me fui a Madrid a estudiar; en Berlín, trabajando, conocí a Nicolas y vivimos un tiempo en Bruselas. Pero siempre consideré esta mi casa y siempre que he vuelto a Lima me he quedado aquí', cuenta Estefanía.
La historia de Nicolas es parecida. Nació en Bélgica pero su padre diplomático lo llevó a él y a sus tres hermanas por casi todo el mundo. El colegio lo estudió en un internado. No tuvo esa casa de la infancia pero en algún momento, cuando ya era estudiante de Cine, el loft de sus padres en Bruselas se volvió un punto de encuentro para la familia. En ese loft de tres plantas y onda industrial vivieron Nicolas y Estefanía cuando se mudaron juntos. Ahí nació su primer hijo. Pero los muebles y la decoración del departamento pertenecían a los padres de Nicolas, a su gusto. Por el contrario, Nicolas tenía almacenada una serie de objetos, adornos y mobiliario que había ido juntando a lo largo de su vida en sus distintas mudanzas, con el sueño de algún día armar con ellos su primera casa propia.
De repente, la vida
Dos semanas antes de que Estefanía diera a luz, su abuelita murió. Ella no pudo venir para despedirse. Por eso, un año después, cuando se enteró de que a su padre le detectaron cáncer, no lo pensó dos veces: renunció a su trabajo y con su hijo en brazos viajó a Lima para ayudarlo y cuidarlo. La duración de su estadía era incierta, tenía claro que sería solo un periodo y que eventualmente regresaría a su vida en Bruselas. Sin embargo, su papá falleció pocas semanas después de su llegada. Lo que siguió fueron varios meses de shock, tristeza y decisiones que iban tomándose cada día, porque Estefanía había perdido la capacidad de planear. 'Fue una época un poco confusa, fue todo muy rápido', recuerda ella. 'Desde que me vine de la noche a la mañana a Lima, y todo ese primer año y medio luego de la muerte de mi papá, fue una época sin planes, fue muy duro'.
Nicolas se quedó en Bélgica un tiempo más cerrando proyectos y empecando las maletas: tenía que trasladar toda su vida y moverla en containers rumbo a un nuevo continente, un destino completamente nuevo. A pesar de que había vivido en muchos países, nunca había estado en Sudamérica. No hablaba castellano: en Lima consiguió trabajo rápidamente en Publicidad pero tenía que trabajar con una traductora en plena grabación. Estefanía y él habían conversado a cerca de vivir en el Perú en algún momento del futuro… Pero no así. Y aunque la casa barranquina los recibió, esta tampoco pasaba por su mejor momento: con la muerte de la abuela y todos viviendo fuera del país, le faltaba mantenimiento y renovar varias cosas. En algún momento consideraron tumbar la casa y construir un edificio para que fuera más sencillo repartirse la propiedad. Pero cada miembro de la familia de Estefanía estaba enfrascadoven su propia vida, y nadie se sentía especialmente atado a ese pedazo de Lima. Excepto Estefanía.
Ella amaba la casa. No concebía botarla. No quería empezar de cero. En esa casa creció, ahí la crió su madre, ahí vivió su abuela. Cerca al mar, con los amigos del barrio, en esa hermosa zona monumental llena de historia. Sabemos que no debemos aferrarnos a las cosas físicas, pero las construcciones, los lugares, no solo guardan objetos sino también memorias. ¿Cómo no amar esos pisos por los que se ha corrido descalzo o las paredes que se han tocado tantas veces al pasar?
Estefanía y Nicolas decidieron quedarse con la casa y empezaron el proyecto de remodelación que tomó cerca de dos años. Ella, que es arquitecta de interiores, hizo el diseño y se encargó de la supervisión de la obra. El espacio era oscuro, así que agrandaron el patio, ampliaron los tragaluces y agregaron ventanas. La cocina se trajo dentro de la casa y se hizo mucho más grande: se renovaron los pisos, se enchaparon las paredes con ladrillo y el baño se rehízo por completo.
Mientras tanto, Nicolas iba sacando todo lo que tenía guardado. 'Esas cosas que habían esperado tanto tiempo su lugar', dice. 'Durante mucho tiempo, tener mi casa fue el sueño más grande porque nunca la había tenido'. Y de pronto, en el lugar que menos esperó, todo fue encontrando un lugar. La tina antigua que se trajo desde Europa, el sofá Chesterfield de cuero que había sido de su abuela. Los pósters, los juguetes, hasta los artefactos que armaba con materiales cotidianos como tapitas. Pusieron las alfombras, las sillas y las lámparas que estaban originalmente en la casa de la abuela Estefita: casi no han tenido que comprar nada. A medida que la casa iba tomando forma, también empezó a cobrar sentido su nueva vida aquí.
El proceso de armar una casa juntos hizo que Estefanía salga de su luto y que ella y Nicolas se reconecten como pareja y también como padres, porque en el interin nació su segundo hijo y el tercero llegó cuando la remodelación estuvo finalmente terminada. De pronto existió una casa nueva y llena. 'Y creo que fue ahí que verdaderamente llegamos al Perú', reflexiona Nicolas. Y es que a veces existen periodos que son como grandes paréntesis, etapas de tránsito que en el caso de esta familia los llevó a entrar a un nuevo hogar, ya tranquilos, ya juntos, ya felices. Esta será su tercera Navidad aquí.
Estefanía también está repensando su vida profesional: va dejando de lado el interiorismo y es cofundadora, junto con otras profesionales, de una productora audiovisual que han llamado Origen. Nicolas, por su lado, continúa con sus filmaciones. Y habla un castellano estupendo.
Los niños son adorables, llenos de energía, ¡siempre muertos de hambre! Entre ellos conversan en castellano y francés, y también saben algo de inglés. A esa edad son como esponjas. Son muy caseros, les encanta quedarse dentro, todos sus libros y juegos están aquí. En esta casa tienen todo lo que necesitan.
Y Estefanía y Nicolas, que han viajado tanto, que han pasado por tantas mudanzas y que han aprendido a vivir lejos de la familia, de pronto son la cabeza de una linda y gran tribu. ¿Qué quieren ellos para sus hijos? 'Creo que esta casa cumple de alguna manera con darles a ellos esas raíces que nosotros −y yo más que Estefanía− no hemos tenido', contesta Nicolas. 'Nosotros queremos que nuestros hijos sepan que las raíces son móviles y que cada uno puede ser su propio contenedor… pero que, al mismo tiempo, aquí tienen una porción de tierra para romper el suelo y echar raíces más profundas, si así lo quieren. Creemos que es importante que sepan que al final uno puede hacer su casa donde quiera'. Y que, además, una casa −un hogar− también puede vivir dentro de uno, por siempre.