Actuaba junto a Charlon Heston y ya no era más Zoila Emperatriz Chávarry del Castillo, sino la princesa inca, la gran Yma Súmac. Esa niña talentosa del Festival del Sol de Ichocán (Cajamarca), que sorprendió y encantó, había demostrado que el camino del arte definitivamente era suyo.
Durante los años cincuenta llegó a vender más de cuarenta millones de discos y los sonidos del ande peruano alcanzaron suntuosos y privilegiados es- cenarios del mundo. Es la única peruana que tiene una estrella en el Paseo de la Fama de Hollywood, pues ante su brillo y magia, también se rindió el séptimo arte cuando interpretó “Ataypura” en la película “El Secreto de los Incas”.
“Yma Súmac, eres una leyenda única en su género. Y.S.: Si la gente dice que soy una leyenda, entonces soy una leyenda.'
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Fue su talento, ese registro vocal único que abarcaba cinco octavas de rango (como dicen, este don le permitía interpretar desde un barítono pasando por un contralto hasta llegar al soprano con los altos más agudos), y aquel mítico relato creado en su nombre: mujer de la realeza inca descendiente directa de Atahualpa que imitó el canto de las aves para aprender a cantar y congraciarse con las montañas. Sí, esa conjunción espectacular, tan singular y atractiva, atrajo las luces hacia ella y al Perú de los incas que construyeron (ella y su esposo/agente) para abrir las puertas del planeta y ser recordada hoy, como una diva:
“¡Una cantante con un registro vocal de 5 octavas no mentiría sobre el lugar de su nacimiento! ¡Ni siquiera importaría saber dónde nació! Pero por si las dudas, soy de Perú”, advertía ella misma.
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Adelantada a su época, trascendió. Fijó los ojos del orbe en la cultura peruana (recreada y fantástica), pero al mismo tiempo, desató la crítica de los defensores del movimiento indigenista al haberse atrevido a fusionar la música folclórica con el jazz, el mambo y el rock. El escritor andahuaylino José María Arguedas fue uno de sus detractores: “... ha deformado la canción andina quechua hasta hacerla accesible al sentido superficial, frívolo y cotidiano del público de la ciudad (...)”
Sin embargo, Yma Súmac, la primera cantante latinoamericana en formar parte de un teatro musical en Broadway, respondería décadas después en una entrevista al diario El Comercio: “¡No hay que confundir! La música peruana es preciosa, pero no puedes repetirla continuamente, se vuelve monótona. Cuando comencé, pensé que debía ensalzar la canción, porque si usted repite los compases, la gente se cansa, por más linda que sea la pieza. Eso fue lo que hice y eso fue lo que me dio el éxito. Canté por todo el mundo y a todos les encantaba”
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La historiadora Carmen E. McEvoy escribe un hermoso texto para la reedición del álbum de Yma Súmac, “Legend of the Sun Virgin” (Leyenda de la Virgen del Sol) del sello madrileño Ellas Rugen Records, que fue lanzado en diciembre del 2020. En él, magistralmente, narra “el poder de la voz y la fantasía”. Hace un repaso por la carrera de la soprano y entre tantos detalles, precisa: “La voz de Yma fue motivo de loas e, incluso, de análisis muy profundos; de su leyenda nació la idea de que su voz inducía a la autohipnósis, o que su registro de cuatro octavas permitía viajar a tiempos primordiales. Científicos, como el caso del doctor Arment, señalaron que existían similitudes entre el canto único de Yma y la música yemenita, babilónica y balinesa. La voz de la peruana no solo alejaba al oyente de las preocupaciones del mundo moderno, sino que permitían un «asomo al pasado» en medio de la vorágine contemporánea”.
La princesa inca es una pionera. Sigue inspirando y abriendo el camino a quienes asumen la música como un universo de emociones y propuestas que se transforman, se juntan y complementan. Ella lo hizo y el tiempo le ha dado la razón.
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