Acusar al arte de no ser arte es una historia conocida.
Hoy, cuando la inteligencia artificial difumina los límites
de la creatividad humana, la discusión se reactiva
con nuevos defensores y detractores.
“La inteligencia artificial no es una herramienta. La inteligencia artificial depreda la creatividad humana”. Con este argumento se abrió un debate que enfrentó a equipos de las universidades de Yale y Harvard respecto al uso de la IA en los campos creativos. “La IA corrompe el propósito y el valor del arte y, en cambio, produce una reproducción mecánica”, esgrimió Yale desde su esquina.
Se trata de una discusión que superó largamente la esfera académica y ha llegado a cada campo del arte, desde la música hasta la pintura, pasando por la escritura o la arquitectura. Y es, en el fondo, una pregunta acerca de la naturaleza misma del arte. ¿Qué lo define: la idea que hace nacer una obra o la sensibilidad técnica para representarla? Si se sostiene lo primero, ¿no es la IA una mera herramienta para hacer realidad todo lo imaginable? ¿Acaso no es un artista el individuo detrás del prompt?
Volver al pasado
Es cierto que, en el arte, todo lo nuevo genera posiciones encontradas. Sucedió con la aparición de la fotografía, a la que se tildó de ser tan simple como apretar un botón. No fue muy distinto el caso de la música electrónica o, yendo más atrás, del rock, acusados ambos géneros de no ser música.
Hoy, el uso de la IA en composiciones es vista por algunos músicos como artificial y ajena a la sensibilidad humana. “La música puede transmitir y representar emociones, y la IA todavía no puede hacer ninguna de esas cosas”, asegura el saxofonista, percusionista y compositor Yosvany Terry, citado por The Harvard Gazette. “Esa sensación de interacción, o la capacidad de reaccionar en el momento, es algo que la inteligencia artificial no puede reproducir porque, para hacerlo, se requiere ser inteligente y tener la capacidad de usar tu curiosidad y tu vocabulario musical”. Quizá los algoritmos no hayan llegado a esa sensibilidad humana todavía. Quizá no lleguen nunca.
El debate ha explotado también en la pintura, con algunos hechos bisagra como la subasta en Christie’s de Portrait of Edmond de Belamy (2018), un cuadro creado con IA que tuvo nuevo dueño por 425 mil dólares. La pieza fue elaborada a base de un algoritmo que tomó como referencia 15 mil retratos de los siglos XIV al XX y creó un personaje ficticio, con lo que surge otra arista de discusión: puede argumentarse que imitar estilos es un plagio, aunque, con IA o sin ella, se ha hecho desde que el arte es arte.
Cuatro años después de este episodio, en 2022, Jason Allen ganó un concurso de Bellas Artes en Colorado con su obra Théâtre D’opéra Spatial, una pieza creada con prompts introducidos en Midjourney, una plataforma de IA para generación de imágenes. Algunos lo acusaron de “presentarse a una maratón manejando un Lamborghini hasta la meta”, de acuerdo con The Washington Post, mientras que la vocera del evento defendió a Allen negándose a delimitar qué es arte y qué no. “La gente pega plátanos en la pared y lo llama arte”, declaró.
En medio de un mundo de dudas y discusiones, lo único claro es que la IA llegó para quedarse, y hacer las paces con la idea es lo mejor que podemos hacer, de acuerdo con el diseñador virtual Andrés Reisinger. El argentino —residente en España— ha ganado notoriedad con Take Over, una serie de ilustraciones hiperrealistas de espacios icónicos de grandes ciudades vestidos por telas o figuras peludas, siempre rosadas, que desdibujan los límites entre el mundo físico y el digital. Obsesionado con la virtualidad, ha definido como uno de sus objetivos de trabajo “ayudar a aliviar la distancia, el miedo y la ira hacia la IA al invitar a las personas a considerar un punto de vista diferente e imaginar una experiencia novedosa, una en la que los reinos digital y físico coexistan y se complementen entre sí”.
Con colaboraciones para marcas de la talla de Dior como parte de su trabajo en el hiperrealismo virtual, Reisinger se ha convertido en un referente para un arte que apenas da sus primeros pasos. “Preveo un futuro en el que el mundo digital y el físico puedan coexistir, informarse y beneficiarse mutuamente”, confía el argentino. Ya decía Darwin que el que no se adapta muere. ¿Le llegó la hora al arte?